Autor: Adriana Cloudy
La fiesta navideña muy dulce suele ser, pero
lo que le ocurrió a cierto niño te hará palidecer. Se llamaba Manuel, apodado
de cariño, simplemente “Lito” y era tan desobediente que a su madre agotaba. Porque con ese niño,
las penitencias no funcionaban. En su casa nunca ayudaba ni a colocar un mantel
y apenas nadie lo vigilaba, de sus
deberes escapaba. El día de Nochebuena volvió su padre del trabajo y reparó de
inmediato en la pobre madre cansada.
“¿Dónde estuviste, Manuel?” con seriedad
inquirió.
Lito con la astucia del pícaro, un pretexto
inventó:
“Tuve que pasear al perro que le dolía la
panza.”
Y con un paso de danza el sinvergüenza se
retiró.
Su padre le advirtió que nunca recibiría lo
que todo el año esperó, si de ese modo seguía.
Sin embargo, a Lito esta sentencia no le
importó.
Mirando desde su ventana espió toda la noche
por la llegada de Santa. Pero de pronto,
algo lo sorprendió...
Su perro en el patio daba vueltas en círculos y
cada vez que se sentaba un caramelo dejaba. Lito salió decidido a juntar esos dulces
envueltos en papel de colores.
Que... cómo decirlo...su perro defecaba.
El animalito asustado del patio escapó afligido
y detrás del perro fue Lito juntando cada caramelo mientras lo perseguía. El perro
dobló en una esquina siempre con Lito detrás; llenando sus bolsillos de aquella
inusual golosina.
Porque el perro corría y corría y de su
pequeño ano otro caramelo salía.
Y quizás por exceso de alegría, el niño no se
dio cuenta de que el camino escogido los llevaba al cementerio, donde muchos se
perdían.
Apenas comprobó que estaba en ese sitio temido
llamó a su perro enseguida y el pichicho la cola movió. Entonces, algo pasó.
Una extraña voz lo interrumpió:
“¿Solito te vas a comer todos esos caramelos?”
Dijo alguien invisible que sintió palpando sus
bolsillos.
Manuel pensando que se había topado con un
ladrón, el primer caramelo desenvolvió.
“Ese es mi perro y estos son mis caramelos”
con insolencia contestó.
Masticó, masticó y masticó. Y uno tras otro,
se comió los caramelos que había recogido.
Hasta que la panza le dolió.
La voz,
otra vez, lo interrumpió:
“Recibiste tu regalo, ahora le daré uno mejor
a tus padres.”
Manuel se dobló adolorido abrazando su estómago
con fuerza y aunque quiso pedir ayuda solamente lanzó un gemido y algo similar
a un ladrido. Miró a su perro un instante y así comprendió lo sucedido.
Y la voz misteriosa, dijo:
“Ahora vete a tu casa y sé un buen niño.”
El perro quiso mover la cola, pero como ya no tenía, simplemente sonrió y con su familia regresó.