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martes, 24 de diciembre de 2024

Navidad, Caramelos y un Perro


Autor: Adriana Cloudy


La fiesta navideña muy dulce suele ser, pero lo que le ocurrió a cierto niño te hará palidecer. Se llamaba Manuel, apodado de cariño, simplemente “Lito” y era tan desobediente  que a su madre agotaba. Porque con ese niño, las penitencias no funcionaban. En su casa nunca ayudaba ni a colocar un mantel y apenas nadie lo vigilaba,  de sus deberes escapaba. El día de Nochebuena volvió su padre del trabajo y reparó de inmediato en la pobre madre cansada.

“¿Dónde estuviste, Manuel?” con seriedad inquirió.

Lito con la astucia del pícaro, un pretexto inventó:

“Tuve que pasear al perro que le dolía la panza.”

Y con un paso de danza el sinvergüenza se retiró.

Su padre le advirtió que nunca recibiría lo que todo el año esperó, si de ese modo seguía.

Sin embargo, a Lito esta sentencia no le importó.

Mirando desde su ventana espió toda la noche por la llegada de Santa. Pero  de pronto, algo lo sorprendió...

Su perro en el patio daba vueltas en círculos y cada vez que se sentaba un caramelo dejaba. Lito salió decidido a juntar esos dulces envueltos en papel de colores.

Que... cómo decirlo...su perro defecaba.

 


El animalito asustado del patio escapó afligido y detrás del perro fue Lito juntando cada caramelo mientras lo perseguía. El perro dobló en una esquina siempre con Lito detrás; llenando sus bolsillos de aquella inusual golosina.

Porque el perro corría y corría y de su pequeño ano otro caramelo salía.

Y quizás por exceso de alegría, el niño no se dio cuenta de que el camino escogido los llevaba al cementerio, donde muchos se perdían.

Apenas comprobó que estaba en ese sitio temido llamó a su perro enseguida y el pichicho la cola movió. Entonces,  algo pasó.

Una extraña voz lo interrumpió:

“¿Solito te vas a comer todos esos caramelos?”

Dijo alguien invisible que sintió palpando sus bolsillos.

Manuel pensando que se había topado con un ladrón, el primer caramelo desenvolvió.

“Ese es mi perro y estos son mis caramelos” con insolencia contestó.

Masticó, masticó y masticó. Y uno tras otro, se comió los caramelos que había recogido.

Hasta que la panza le dolió.

La voz,  otra vez, lo interrumpió:

“Recibiste tu regalo, ahora le daré uno mejor a tus padres.”

Manuel se dobló adolorido abrazando su estómago con fuerza y aunque quiso pedir ayuda solamente lanzó un gemido y algo similar a un ladrido. Miró a su perro un instante y así comprendió lo sucedido.

Y la voz misteriosa, dijo:

“Ahora vete a tu casa y sé un buen niño.”

El perro quiso mover la cola, pero como ya no tenía, simplemente sonrió y con su familia regresó.

viernes, 1 de noviembre de 2024

INICIATIVA: "UNA HISTORIA PARA MI FANTASMA" 👻 Afasia espectral de Adriana Cloudy


¡Bienvenidos/as a una nueva Iniciativa en Plegarias en la Noche! llamada “UNA HISTORIA PARA MI FANTASMA” porque este mes de octubre tu fantasma va a necesitar que lo entretengas.

 


Con el espíritu de Halloween 🎃 en el aire, nos sumergiremos en un mundo de terror y misterio cada viernes. Donde les estaremos contando una historia diferente llena de terror que nos harán temblar de miedo y nuestro fantasma estará feliz.

 


Los paso para sumarse es muy simple  😉 al igual que las Iniciativas de los años anteriores. Todos los viernes de octubre a las 22 hs de su país, cada Blog nos contaran cuentos, relatos, poemas y hasta leyendas exclusivamente de fantasmas. El formato lo eligen ustedes escrito o con un vídeo leyéndolo,  puede ser de su autoría o de algún autor/a que les guste (no se olviden de mencionar de quien pertenece), llevando por supuesto el Banner de la iniciativa y mencionando a Plegarias en la Noche, para que más bloggers quieran participar y llenemos este hermoso espacio en un lugar terrorífico 👻

 


Así que prepárense para sentir miedo, prepárense para temblar, y prepárense para descubrir que el terror y los fantasmas están mucho más cerca de lo que uno/a cree.

 

Afasia espectral

Autor: Adriana Cloudy



 

Luces que se apagan,

televisores que se encienden,

ventanas que se abren,

vasos que se vuelcan,

puertas que se cierran,

sábanas que me ahogan.



Yo solamente necesitaba

del sonido de su risa

para romper un cristal

primitivo y obsoleto

que me obliga a ver

las cosas en las que no creo.



viernes, 25 de octubre de 2024

INICIATIVA: "UNA HISTORIA PARA MI FANTASMA" 👻 Una fantasma tímida de Wimpi


¡Bienvenidos/as a una nueva Iniciativa en Plegarias en la Noche! llamada “UNA HISTORIA PARA MI FANTASMA” porque este mes de octubre tu fantasma va a necesitar que lo entretengas.



Con el espíritu de Halloween 🎃 en el aire, nos sumergiremos en un mundo de terror y misterio cada viernes. Donde les estaremos contando una historia diferente llena de terror que nos harán temblar de miedo y nuestro fantasma estará feliz.

 


Los paso para sumarse es muy simple  😉 al igual que las Iniciativas de los años anteriores. Todos los viernes de octubre a las 22 hs de su país, cada Blog nos contaran cuentos, relatos, poemas y hasta leyendas exclusivamente de fantasmas. El formato lo eligen ustedes escrito o con un vídeo leyéndolo,  puede ser de su autoría o de algún autor/a que les guste (no se olviden de mencionar de quien pertenece), llevando por supuesto el Banner de la iniciativa y mencionando a Plegarias en la Noche, para que más bloggers quieran participar y llenemos este hermoso espacio en un lugar terrorífico 👻

 


Así que prepárense para sentir miedo, prepárense para temblar, y prepárense para descubrir que el terror y los fantasmas están mucho más cerca de lo que uno/a cree.


Una fantasma tímida

 Autor: Wimpi



Una fantasma más rara que la que se le apareció a Nicéforo Mirelles, no pudo haber. Resulta que un día llega Nicéforo al rancho y se encuentra con el mate en el aire. Cebado el mate. Y que le acomodaban la bombilla sin que nadie lo tuviera. Y el agua que empezaba a bajar y a bajar: señal de que alguno estaba chupándolo.


De repente oye el ruido del mate al terminarse, ve que la pava sube sola y lo llena. Y que el mate se le venía, buscándolo, después. Y Nicéforo, dele a esquivarlo y recular.

 

¡Cómo! Un mate que se le viene a uno ansí, a lo toro…

 

Sin embargo, le llega de pronto una voz, amable y fina:

 

Sírvasé nomá, que está dao güelta.

 

¡Era “la fantasma” que cebaba!

 

Después Nicéforo contó que ella le dijo que no se hacía ver porque siempre había sido muy vergonzosa.

 


viernes, 18 de octubre de 2024

INICIATIVA: "UNA HISTORIA PARA MI FANTASMA" 👻 Un diagnóstico de muerte de Ambrose Bierce



 ¡Bienvenidos/as a una nueva Iniciativa en Plegarias en la Noche! llamada “UNA HISTORIA PARA MI FANTASMA” porque este mes de octubre tu fantasma va a necesitar que lo entretengas.



Con el espíritu de Halloween 🎃en el aire, nos sumergiremos en un mundo de terror y misterio cada viernes. Donde les estaremos contando una historia diferente llena de terror que nos harán temblar de miedo y nuestro fantasma estará feliz.

 


Los paso para sumarse es muy simple 😉 al igual que las Iniciativas de los años anteriores. Todos los viernes de octubre a las 22 hs de su país, cada Blog nos contaran cuentos, relatos, poemas y hasta leyendas exclusivamente de fantasmas. El formato lo eligen ustedes escrito o con un vídeo leyéndolo,  puede ser de su autoría o de algún autor/a que les guste (no se olviden de mencionar de quien pertenece), llevando por supuesto el Banner de la iniciativa y mencionando a Plegarias en la Noche, para que más bloggers quieran participar y llenemos este hermoso espacio en un lugar terrorífico 👻

 


Así que prepárense para sentir miedo, prepárense para temblar, y prepárense para descubrir que el terror y los fantasmas están mucho más cerca de lo que uno/a cree.


Un diagnóstico de muerte

Autor: Ambrose Bierce



—Yo no soy tan supersticioso como algunos de sus colegas u hombres de ciencia, como a ustedes les gusta que se les llame —dijo Hawver en respuesta a una acusación que no había sido hecha—. Algunos de ustedes, aunque he de admitir que solo unos pocos, creen en la inmortalidad del alma y en apariciones a las que no tienen la honradez de llamar fantasmas. Mis convicciones no van más allá de afirmar que a veces se ve a los vivos donde ya no están, aunque han estado; donde han vivido durante tanto tiempo, y tal vez con tanta intensidad que han dejado sus huellas sobre todo lo que les rodeaba. Sé, claro está, que el entorno en que uno vive puede verse tan afectado por la propia personalidad que puede producir una imagen de uno mismo ante los ojos de otro, mucho después. Sin duda la personalidad que produce la impresión ha de ser del tipo apropiado, como los ojos que la perciben han de ser el tipo adecuado de ojos. Los míos, por ejemplo.

 

—Sí, el tipo adecuado de ojos, enviando sensaciones a la clase de cerebro inadecuada —dijo el Dr. Frayley sonriendo.

 

—Muchas gracias; da gusto ver complacidas las esperanzas que uno tiene. Es más o menos la respuesta que suponía que usted cortésmente daría.

 

—Lo siento. Pero usted afirma que sabe. Eso es mucho decir, ¿no cree? Tal vez no tenga inconveniente en revelar cómo lo sabe.

 

—Usted dirá que es una alucinación —dijo Hawver—, pero no importa.

 

Y entonces contó la historia.

 

—Como usted ya sabe, el verano pasado fui a pasar la temporada de calor en la ciudad de Meridian. El pariente en cuya casa tenía intención de residir estaba enfermo, por lo que busqué otro alojamiento. Tras diversas dificultades, conseguí alquilar una vivienda vacía que había sido ocupada por un doctor excéntrico, llamado Mannering, que se había marchado años antes sin que nadie supiera dónde, ni siquiera su agente. Él mismo había construido la casa y había vivido en ella con un viejo criado durante unos diez años. Su práctica, nunca muy amplia, había sido abandonada completamente tras los primeros años. Y no solo eso, sino que se había recluido y se había apartado casi totalmente de la vida social. El médico del pueblo, única persona con la que había tenido alguna relación, me contó que durante su retiro se había dedicado a un solo campo de estudio y expuso sus resultados en un libro que no contó con la aprobación de sus colegas profesionales quienes, evidentemente, consideraban que no estaba en sus cabales. No he visto el libro y ahora no recuerdo el título, pero me han dicho que exponía una teoría bastante asombrosa. Mantenía que, en más de un caso, era posible predecir con precisión la muerte de una persona con buena salud, meses antes de que se produjera. El límite, creo, era dieciocho meses. Existían leyendas locales sobre el ejercicio de sus poderes de pronóstico, aunque usted tal vez prefiera llamarlo diagnóstico. Y se decía que en todos los casos la persona a cuyos amigos él había avisado, murieron repentinamente, en la fecha establecida, sin causa aparente. Todo esto, sin embargo, no tiene nada que ver con lo que voy a contarle; pensé que podría resultarle divertido a un médico.

La casa estaba amueblada tal y como él la había dejado. Resultaba una vivienda bastante lúgubre para alguien que no era ni un recluso ni un estudiante; creo que me transmitía algo de su carácter, del carácter de su anterior ocupante, pues siempre que estaba en ella sentía una cierta melancolía que no se debía ni a mi natural disposición ni, me parece, a la soledad. Yo no tenía criados que durmieran en la casa, sino que, como usted sabe, siempre he disfrutado mucho con mi propia compañía y he sido muy aficionado a la lectura, aunque menos al estudio. Fuera cual fuera la causa, su efecto fue el abatimiento y la sensación de un mal inminente; esto ocurría especialmente en el despacho del doctor Mannering, a pesar de que aquella habitación era la más luminosa y aireada de la casa. El retrato del doctor, un óleo de tamaño natural, colgaba de una de las paredes y parecía dominar el cuarto completamente. No había nada extraño en el cuadro: el individuo era bastante bien parecido, de unos cincuenta años, con el pelo gris, una cara bien rasurada y los ojos serios y oscuros. Sin embargo, había algo en él que atraía mi atención. El aspecto de aquel hombre llegó a resultarme familiar, y me rondaba.

Una tarde, cuando me dirigía a la mía, pasé por esa habitación con un candil (en Meridian no hay gas). Como siempre, me detuve ante el cuadro que, a la luz del candil, parecía tener una nueva expresión, difícil de describir, aunque claramente misteriosa. Aquello me interesó, pero no llegó a preocuparme. Moví la luz de un lado a otro y observé los efectos que dicho movimiento producía. Mientras lo hacía, tuve el impulso de volverme. Cuando lo hice, vi que un hombre cruzaba la habitación ¡en dirección a mí! En cuanto estuvo lo suficientemente cerca para que la luz del candil le iluminara la cara vi que se trataba del propio doctor Mannering; ¡era como si el retrato caminara!

 

—Perdón —le dije con cierta frialdad—, pero si ha llamado a la puerta no le he oído.

 

Pasó a mi lado, a muy corta distancia, levantó el dedo índice en señal de advertencia y, sin decir una palabra, salió de la habitación, aunque no vi su salida más de lo que había visto su entrada.

Por supuesto, no hace falta que le diga que esto fue lo que usted llamaría una alucinación y yo una aparición. La habitación no tenía más que dos puertas, una de las cuales estaba cerrada con llave; la otra conducía a un dormitorio que no tenía salida. Lo que sentí al darme cuenta de esto no es parte importante del suceso.


Indudablemente le parecerá una típica historia de fantasmas, construida con la trama característica establecida por los viejos maestros de este arte. Si así fuera, no debería haberla contado, aunque fuese cierta. Pero aquel hombre no estaba muerto; hoy lo he visto en la calle de la Unión: me lo crucé en medio de una multitud.

Hawver había terminado su relato y los dos hombres permanecieron en silencio. El doctor Frayley, abstraído, daba golpecitos sobre la mesa con los dedos.

 

—¿Le dijo algo hoy —preguntó—, algo de lo que usted pudiera deducir que no estaba muerto?

 

Hawver se le quedó mirando, sin decir nada.

 

—Tal vez —prosiguió Frayley— le hizo una indicación, un gesto levantando un dedo en señal de advertencia… Es una manía que él tenía, algo que acostumbraba a hacer cuando decía algo serio, cuando anunciaba el resultado de un diagnóstico, por ejemplo.

 

—Sí, eso fue lo que hizo. Lo mismo que había hecho su aparición. Pero ¡Dios santo! ¿Es que usted le conoció?

 

Era evidente que Hawver estaba poniéndose nervioso.

 

—Sí, le conocí. Y he leído su libro, como tendrán que hacer todos los médicos algún día. Se trata de una de las más sorprendentes e importantes contribuciones de este siglo a la ciencia médica. Sí, le conocí; le atendí cuando estuvo enfermo hace tres años. Murió.


Hawver, claramente turbado, abandonó su silla de un salto y se puso a recorrer la habitación de un lado a otro; luego se acercó a su amigo y le dijo con un tono poco firme:

 

—Doctor, ¿tiene usted algo que decirme como médico?

 

—No, Hawver; es usted el hombre más sano que he visto. Como amigo, le aconsejo que se marche a su habitación. Toca usted el violín como un ángel. Tóquelo pues; toque algo alegre y animado. Aparte este maldito asunto de su mente.

 

Al día siguiente Hawver fue encontrado muerto en su dormitorio, con el violín en el cuello, el arco sobre las cuerdas y una partitura con la marcha fúnebre de Chopin ante él.



viernes, 11 de octubre de 2024

INICIATIVA: "UNA HISTORIA PARA MI FANTASMA" 👻 Morella de Edgar Allan Poe



¡Bienvenidos/as a una nueva Iniciativa en Plegarias en la Noche! llamada “UNA HISTORIA PARA MI FANTASMA” porque este mes de octubre tu fantasma va a necesitar que lo entretengas.


Con el espíritu de Halloween 🎃en el aire, nos sumergiremos en un mundo de terror y misterio cada viernes. Donde les estaremos contando una historia diferente llena de terror que nos harán temblar de miedo y nuestro fantasma estará feliz.

 


Los paso para sumarse es muy simple 😉 al igual que las Iniciativas de los años anteriores. Todos los viernes de octubre a las 22 hs de su país, cada Blog nos contaran cuentos, relatos, poemas y hasta leyendas exclusivamente de fantasmas. El formato lo eligen ustedes escrito o con un vídeo leyéndolo,  puede ser de su autoría o de algún autor/a que les guste (no se olviden de mencionar de quien pertenece), llevando por supuesto el Banner de la iniciativa y mencionando a Plegarias en la Noche, para que más bloggers quieran participar y llenemos este hermoso espacio en un lugar terrorífico 👻



Así que prepárense para sentir miedo, prepárense para temblar, y prepárense para descubrir que el terror y los fantasmas están mucho más cerca de lo que uno/a cree.


Morella

Autor: Edgar Allan Poe

 


Consideraba yo a Morella con un sentimiento de profundo y singular afecto. Habiéndola conocido casualmente hace muchos años, mi alma, desde nuestro primer encuentro, ardió con un fuego que no había conocido; pero no era ese fuego el de Eros, y representó para mi espíritu un tormento la convicción de que no podría definir su insólito carácter ni regular su vaga intensidad. Sin embargo, nos tratamos, y el destino nos unió ante el altar; jamás hablé de pasión, ni pensé en el amor. Ella, aun así, huía de la sociedad, y dedicándose a mí, me hizo feliz. Asombrarse es una felicidad, y una felicidad es soñar.

La erudición de Morella era profunda. Como espero mostrar, sus talentos no eran de orden vulgar, y su potencia mental era gigantesca. Lo percibí, y en muchos temas fui su discípulo. No obstante, pronto comprendí que, quizá a causa de haberse educado en Pressburgo ponía ella ante mí un gran número de esos libros místicos que se consideran generalmente como la simple escoria de la literatura alemana. Esas obras constituían su estudio favorito y constante, y si en el transcurso del tiempo llegó a ser el mío también, hay que atribuirlo a la simple, pero eficaz influencia del hábito y del ejemplo.

Mis convicciones no estaban en modo algunas basadas en el ideal, y no se descubriría, como no me equivoque por completo, ningún tinte del misticismo de mis lecturas, ya fuese en mis actos o ya fuese en mis pensamientos.

Persuadido de esto, me abandoné sin reserva a mi esposa, y me adentré con firme corazón en el laberinto de sus estudios. Y entonces —cuando, sumiéndome en páginas terribles, sentía un espíritu aborrecible encenderse dentro de mí— venía Morella a colocar su mano fría en la mía, y hurgando las cenizas de una filosofía muerta, extraía de ellas algunas graves y singulares palabras que, dado su extraño sentido, ardían por sí mismas sobre mi memoria. Y entonces, hora tras hora, permanecía al lado de ella, sumiéndome en la música de su voz, hasta que se infestaba de terror su melodía, y una sombra caía sobre mi alma, y palidecía yo, y me estremecía interiormente ante aquellos tonos sobrenaturales. Y así, el gozo se desvanecía en el horror, y lo más bello se tornaba horrendo, como Hinnom se convirtió en Gehena.

Resulta innecesario expresar el carácter exacto de estas disquisiciones que, brotando de los volúmenes que he mencionado, constituyeron durante tanto tiempo casi el único tema de conversación entre Morella y yo. Los enterados de lo que se puede llamar moral teológica las concebirán fácilmente, y los ignorantes poco comprenderían. El vehemente panteísmo de Fichte, la palingenesia modificada de los pitagóricos, y por encima de todo, las doctrinas de la identidad tal como las presenta Schelling, solían ser los puntos de discusión que ofrecían mayor belleza a la imaginativa Morella. Esta identidad llamada personal, la define con precisión mister Locke, creo, diciendo que consiste en la cordura del ser racional. Y como por persona entendemos una esencia inteligente, dotada de razón, y como hay una conciencia que acompaña siempre al pensamiento, es ésta la que nos hace a todos ser eso que llamamos nosotros mismos, diferenciándonos así de otros seres pensantes y dándonos nuestra identidad personal. Pero el principium individuationis —la noción de esa identidad que en la muerte se pierde o no para siempre— fue para mí en todo tiempo una consideración de intenso interés, no sólo por la naturaleza pasmosa y emocionante de sus consecuencias, sino por la manera especial y agitada como la mencionaba Morella.

Pero realmente había llegado ahora un momento en que el misterio del carácter de mi esposa me oprimía como un hechizo. No podía soportar por más tiempo el contacto de sus pálidos dedos, ni el tono profundo de su palabra musical, ni el brillo de sus melancólicos ojos. Y ella sabía todo esto, pero no me reconvenía.

Parecía tener conciencia de mi debilidad o de mi locura, y sonriendo, las llamaba el Destino. Parecía también tener conciencia de la causa, para mí desconocida, de aquel gradual desvío de mi afecto; pero no me daba explicación alguna ni aludía a su naturaleza. Sin embargo, era ella mujer, y se consumía por días. Con el tiempo, se fijó una mancha roja constantemente sobre sus mejillas, y las venas azules de su pálida frente se hicieron prominentes. Llegó un instante en que mi naturaleza se deshacía en compasión; pero al siguiente encontraba yo la mirada de sus ojos pensativos, y entonces sentíase mal mi alma y experimentaba el vértigo de quien tiene la mirada sumida en algún aterrador e insondable abismo.

¿Diré que anhelaba ya con un deseo fervoroso y devorador el momento de la muerte de Morella? Así era; pero el frágil espíritu se aferró en su envoltura de barro durante muchos días, muchas semanas y muchos meses tediosos, hasta que mis nervios torturados lograron triunfar sobre mi mente, y me sentí enfurecido por aquel retraso, y con un corazón demoníaco, maldije los días, las horas, los minutos amargos, que parecían alargarse y alargarse a medida que declinaba aquella delicada vida, como sombras en la agonía de la tarde.

Pero una noche de otoño, cuando permanecía quieto el viento en el cielo, Morella me llamó a su lado. Había una oscura bruma sobre toda la tierra, un calor fosforescente sobre las aguas, y entre el rico follaje de la selva de octubre, hubiérase dicho que caía del firmamento un arco iris.

 

—Éste es el día de los días —dijo ella, cuando me acerqué—; un día entre todos los días para vivir o morir. Es un día hermoso para los hijos de la tierra y de la vida, ¡ah, y más hermoso para las hijas del cielo y de la muerte!

 

Besé su frente, y ella prosiguió:

 

—Voy a morir, y a pesar de todo, viviré.

 

—¡Morella!

 

—No han existido nunca días en que hubieses podido amarme; pero a la que aborreciste en vida la adorarás en la muerte.

 

—¡Morella!

 

—Repito que voy a morir. Pero hay en mí una prenda de ese afecto, ¡ah, cuan pequeño!, que has sentido por mí, por Morella. Y cuando parta mi espíritu, el hijo vivirá, el hijo tuyo, el de Morella. Pero tus días serán días de dolor, de ese dolor que es la más duradera de las impresiones, como el ciprés es el más duradero de los árboles. Porque han pasado las horas de tu felicidad, y no se coge dos veces la alegría en una vida, como las rosas de Paestum dos veces en un año. Tú no jugarás ya con el tiempo el juego del Teyo; pero, siéndote desconocidos el mirto y el vino, llevarás contigo sobre la tierra tu sudario, como hace el musulmán en la Meca.

 

—¡Morella! —exclamé— ¡Morella! ¿Cómo sabes esto?

 

Pero ella volvió su rostro sobre la almohada, un leve temblor recorrió sus miembros, y ya no oí más su voz.

Sin embargo, como había predicho ella, su hijo —el que había dado a luz al morir, y que no respiró hasta que cesó de alentar su madre—, su hijo, una niña, vivió. Y creció extrañamente en estatura y en inteligencia, y era de una semejanza perfecta con la que había desaparecido, y la amé con un amor más ferviente del que creí me sería posible sentir por ningún habitante de la Tierra.

Pero, antes de que pasase mucho tiempo, se ensombreció el cielo de aquel puro afecto, y la tristeza, el horror, la aflicción, pasaron veloces como nubes. He dicho que la niña creció extrañamente en estatura y en inteligencia. Extraño, en verdad, fue el rápido crecimiento de su tamaño corporal; pero terribles, ¡oh, terribles!, fueron los tumultuosos pensamientos que se amontonaron sobre mí mientras espiaba el desarrollo de su ser intelectual. ¿Podía ser de otra manera, cuando descubría yo a diario en las concepciones de la niña las potencias adultas y las facultades de la mujer, cuando las lecciones de la experiencia se desprendían de los labios de la infancia y cuando veía a cada hora la sabiduría o las pasiones de la madurez centellear en sus grandes y pensativos ojos? Como digo, cuando apareció evidente todo eso ante mis sentidos aterrados, cuando no le fue ya posible a mi alma ocultárselo más, ni a mis facultades estremecidas rechazar aquella certeza, ¿cómo puede extrañar que unas sospechas de naturaleza espantosa y emocionante se deslizaran en mi espíritu, o que mis pensamientos se volvieran, despavoridos, hacia los cuentos extraños y las impresionantes teorías de la enterrada Morella?

Arranqué a la curiosidad del mundo un ser a quien el Destino me mandaba adorar, y en el severo aislamiento de mi hogar, vigilé con una ansiedad mortal cuanto concernía a la criatura amada.

Y mientras los años transcurrían, y mientras día tras día contemplaba yo su santo, su apacible, su elocuente rostro, mientras examinaba sus formas que maduraban, descubría día tras día nuevos puntos de semejanza en la hija con su madre, la melancólica y la muerta. Y a cada hora aumentaban aquellas sombras de semejanza, más plenas, más definidas, más inquietantes y más atrozmente terribles en su aspecto. Pues que su sonrisa se pareciese a la de su madre podía yo sufrirlo, aunque luego me hiciera estremecer aquella identidad demasiado perfecta; que sus ojos se pareciesen a los de Morella podía soportarlo, aunque, además, penetraran harto a menudo en las profundidades de mi alma con el intenso e impresionante pensamiento de la propia Morella. Y en el contorno de su alta frente, en los bucles de su sedosa cabellera, en sus pálidos dedos que se sepultaban dentro de ella, en el triste tono bajo y musical de su palabra, y por encima de todo (¡oh, por encima de todo!) en las frases y expresiones de la muerta sobre los labios de la amada, de la viva, encontraba yo pasto para un horrendo pensamiento devorador, para un gusano que no quería perecer.

Así pasaron dos lustros de su vida, y hasta ahora mi hija permanecía sin nombre sobre la tierra. Hija mía y amor mío eran las denominaciones dictadas por el afecto paterno, y el severo aislamiento de sus días impedía toda relación. El nombre de Morella había muerto con ella. No hablé nunca de la madre a la hija; érame imposible hacerlo. En realidad, durante el breve período de su existencia, la última no había recibido ninguna impresión del mundo exterior, excepto las que la hubieran proporcionado los estrechos límites de su retiro.

Pero, por último, se ofreció a mi mente la ceremonia del bautismo en aquel estado de desaliento y de excitación, como la presente liberación de los terrores de mi destino. Y en la pila bautismal dudé respecto al nombre. Y se agolparon a mis labios muchos nombres de sabiduría y belleza, de los tiempos antiguos, y de los modernos, de mi país y de los países extranjeros, con otros muchos, muchos delicados de nobleza, de felicidad y de bondad. ¿Qué me impulsó entonces a agitar el recuerdo de la muerta enterrada? ¿Qué demonio me incitó a suspirar aquel sonido cuyo recuerdo real hacía refluir mi sangre a torrentes desde las sienes al corazón? ¿Qué espíritu perverso habló desde las reconditeces de mi alma, cuando, entre aquellos oscuros corredores, y en el silencio de la noche, musité al oído del santo hombre las sílabas Morella? ¿Qué ser más demoníaco retorció los rasgos de mi hija, y los cubrió con los tintes de la muerte cuando estremeciéndose ante aquel nombre apenas audible, volvió sus límpidos ojos desde el suelo hacia el cielo, y cayendo prosternada sobre las losas negras de nuestra cripta ancestral, respondió: ¡Aquí estoy!?

Estas simples y cortas sílabas cayeron claras, fríamente claras, en mis oídos, y desde allí, como plomo fundido, se precipitaron silbando en mi cerebro. Años, años enteros pueden pasar; pero el recuerdo de esa época, ¡jamás! No desconocía yo, por cierto, las flores y la vid; pero el abeto y el ciprés proyectaron su sombra sobre mí noche y día. Y no conservé noción alguna de tiempo o de lugar, y se desvanecieron en el cielo las estrellas de mi destino, y desde entonces se ensombreció la tierra, y sus figuras pasaron junto a mí como sombras fugaces, y entre ellas sólo vi una: Morella. Los vientos del firmamento suspiraban un único sonido en mis oídos, y las olas en el mar murmuraban eternamente: Morella. Pero ella murió, y con mis propias manos la llevé a la tumba; y reí con una risa larga y amarga al no encontrar vestigios de la primera Morella en la cripta donde enterré la segunda.

 


viernes, 4 de octubre de 2024

INICIATIVA: "UNA HISTORIA PARA MI FANTASMA" 👻 Una historia de fantasmas de Mark Twain


¡Bienvenidos/as a una nueva Iniciativa en Plegarias en la Noche! llamada "UNA HISTORIA PARA MI FANTASMA” porque este mes de octubre tu fantasma va a necesitar que lo entretengas.

 


Con el espíritu de Halloween 🎃 en el aire, nos sumergiremos en un mundo de terror y misterio cada viernes. Donde les estaremos contando una historia diferente llena de terror que nos harán temblar de miedo y nuestro fantasma estará feliz.

 


Los paso para sumarse es muy simple 😉 al igual que las Iniciativas de los años anteriores. Todos los viernes de octubre a las 22 hs de su país, cada Blog nos contaran cuentos, relatos, poemas y hasta leyendas exclusivamente de fantasmas. El formato lo eligen ustedes escrito o con un vídeo leyéndolo,  puede ser de su autoría o de algún autor/a que les guste (no se olviden de mencionar de quien pertenece), llevando por supuesto el Banner de la iniciativa y mencionando a Plegarias en la Noche, para que más bloggers quieran participar y llenemos este hermoso espacio en un lugar terrorífico 👻

 


Así que prepárense para sentir miedo, prepárense para temblar, y prepárense para descubrir que el terror y los fantasmas están mucho más cerca de lo que uno/a cree.

 

Una historia de fantasmas

Autor: Mark Twain

 



Fui a una gran habitación, lejos de Broadway, de un gran y viejo edificio cuyos departamentos superiores habían estado vacíos por años, hasta que yo llegué. El lugar había sido ganado hacía tiempo por el polvo y las telarañas, por la soledad y el silencio. La primer noche que subí a mis cuartos, me pareció estar a tientas entre las tumbas e invadiendo la privacidad de los muertos. Por primera vez en mi vida, me dio un pavor supersticioso; y como si una invisible tela de araña hubiera rozado mi rostro con su textura, me estremecí como alguien que se encuentra con un fantasma.

Una vez que llegué a mi cuarto me sentí feliz, y expulsé la oscuridad. Un alegre fuego ardía en la chimenea, y me senté frente al mismo con reconfortante sensación de alivio. Estuve así durante dos horas, pensando en los buenos viejos tiempos; recordando escenas, e invocando rostros medio olvidados a través de las nieblas del pasado; escuchando, en mi fantasía, voces que tiempo ha fueron silenciadas para siempre, y canciones una vez familiares que hoy en día ya nadie canta.

Y cuando mi ensueño se atenuó hasta un mustio patetismo, el alarido del viento fuera se convirtió en un gemido, el furioso latido de la lluvia contra las ventanas se acalló y uno a uno los ruidos en la calle se comenzaron a silenciar, hasta que los apresurados pasos del último paseante rezagado murieron en la distancia y ya ningún sonido se hizo audible. El fuego se estaba extinguiendo. Una sensación de soledad se cebó en mí. Me levanté y me desvestí, moviéndome en puntillas por la habitación, haciendo todo a hurtadillas, como si estuviera rodeado por enemigos dormidos cuyos descansos fuera fatal suspender.

Me acosté y me tendí a escuchar la lluvia y el viento y los distantes sonidos de las persianas, hasta que me adormecí.

Me dormí profundamente, pero no sé por cuanto tiempo. De repente, me desperté, estremecido. Todo estaba en calma. Todo, a excepción de mi corazón - podía escuchar mi propio latido. En ese momento las frazadas y colchas comenzaron a deslizarse lentamente hacia los pies de la cama, ¡cómo si alguien estuviera jalándolas! No podía moverme, no podía hablar. Los cobertores se habían deslizado hasta que mi pecho quedó al descubierto. Entonces, con un gran esfuerzo los aferré y los subí nuevamente hasta mi cabeza. Esperé, escuché, esperé.

Una vez más comenzó el firme jalón. Al final arrebaté los cobertores nuevamente a su lugar, y los así con fuerza. Esperé. Luego sentí nuevos tirones, y la cosa renovó sus fuerzas. El tirón se afianzó con firme tensión: a cada momento se hacía más fuerte.



Mi fuerza cesó, y por tercera vez las frazadas se alejaron. Gemí. ¡Y un gemido de respuesta vino desde los pies de la cama! Gruesas gotas de sudor comenzaron a poblar mis sienes. Estaba más muerto que vivo. Escuché unos fuertes pasos en el cuarto —como si fuera el paso de un elefante, eso me pareció— y no era nada humano.

Pero era también como si se alejara de mí. Lo escuché aproximándose a la puerta, traspasándola sin mover cerrojo o cerradura, y deambular por los tétricos pasillos, tensando el piso de madera y haciendo crujir las vigas a su paso. Luego de eso, el silencio reinó una vez más.

Cuando mi excitación se calmó, me dije a mí mismo:

 

—Esto ha sido un sueño, simplemente un horrendo sueño.

 

Y me quedé pensando eso hasta que me convencí que había sido solo una pesadilla, y entonces, me relajé lo suficiente como para reír un poco y estuve feliz de nuevo. Me levanté y encendí una luz; y cuando revisé la puerta, vi que la cerradura y el cerrojo estaba como lo había dejado. Otra serena sonrisa fluyó desde mi corazón y se ondeó en mis labios. Tomé mi pipa y la encendí, y cuando estaba ya sentado frente al fuego, ¡la pipa se me cayó de entre mis dedos, la sangre se fue de mis mejillas, y mi plácida respiración se detuvo y quedé sin aliento!

Entre las cenizas del hogar, a un costado de mi propios huellas, había otra, tan vasta en comparación, que las mías parecían de un infante. Entonces, había habido un visitante, y las pisadas del elefante quedaban demostradas.

Apagué la luz y regresé a la cama, paralítico de miedo. Me recosté un largo rato, mirando fijamente en la oscuridad, y escuchando. Percibí un rechinido más arriba, como si alguien estuviera arrastrando un cuerpo pesado por el piso; entonces escuché que lanzaban el cuerpo, y el chasquido de mis ventanas fue la respuesta del golpe. En otras partes del edificio escuché portazos. A intervalos, también oi sigilosos pasos, por aquí y por allá, a través de los corredores, y subiendo y bajando las escaleras. Algunas veces esos ruidos se acercaban a mi puerta, dubitaban y luego retrocedían.

Escuché desde pasillos lejanos, el débil sonido de cadenas, los que se iban acercando paulatinamente, a la par que ascendían las escaleras, marcando cada movimiento con un matraqueo metálico. Escuché palabras murmurantes; gritos a medias que parecían ser violentamente sofocados; y el crujido de prendas invisibles. En ese momento fui consciente que mi habitación estaba siendo invadida, y de que no estaba solo. Escuché suspiros y alientos alrededor de mi cama, y misteriosos murmullos. Tres pequeñas esferas de suave fosforescencia aparecieron en el techo, directamente sobre mi cabeza, brillando durante un instante, para luego dejarse caer - dos de ellas sobre mi cara, y una sobre la almohada.

Me salpicaron con algo líquido y cálido. La intuición me dijo que podría ser sangre. No necesitaba luz para darme cuenta de ello. Entonces vi rostros pálidos, levemente luminosos, y manos blancas, flotando en el aire, como sin cuerpos flotando en un momento, para luego desaparecer. El murmullo cesó, lo mismo que las voces y los sonidos, y una solemne calma siguió. Esperé y escuché. Sentí que tendía que encender una luz o moriría.

Estaba debilitado por el temor. Lentamente me alcé hasta sentarme, ¡y mi rostro entró en contacto con una mano viscosa! Todas mis fuerzas me abandonaron de repente, y me caí como si fuera un inválido. Entonces escuché el susurro de una tela - pareció como si hubiera pasado la puerta y salido.

Cuando todo se calmó una vez más, salí de la cama, enfermo y enclenque, y encendí la luz de gas, con una mano tan trémula como si fuera de una persona de cien años. La luz me dio algo de alegría a mi espíritu. Me senté y quedé contemplando las grandes huellas en las cenizas. Las miré mientras la llama del gas se ponía mustia. En ese mismo momento volví a escuchar el paso elefantino. Noté su aproximación, cada vez más cerca, por el vestíbulo, mientras la luz se iba extinguiendo poco a poco. Los ruidos llegaron hasta mi puerta e hicieron una pausa.

La luz ya había menguado hasta convertirse en una mórbida llama azul, y todas las cosas a mi alrededor tenían un aspecto espectral. La puerta no se abrió, y sin embargo, sentí en el rostro una leve bocanada de aire. En ese momento fui consciente que una presencia enorme y gris estaba frente a mí. Miré con ojos fascinados. Había una luminosidad pálida sobre la Cosa; gradualmente sus pliegues oscuros comenzaron a tomar forma - apareció una mano, luego unas piernas, un cuerpo, y al final una gran cara de tristeza surgió del vapor. ¡Limpio de su cobertura, desnudo, muscular y bello, el majestuoso Gigante de Cardiff apareció ante mí!

Todo mi misterio dejó de existir - ya que de niño sabía que ningún daño podría esperar de tal benigno semblante. Mi alegría regresó una vez más a mi espíritu, y en simpatía con esta, la llama de gas resplandeció nuevamente. Nunca un solitario exiliado fue tan feliz en recibir compañía como yo al saludar al amigable gigante. Dije:

 

—¿Nada más que tú? ¿Sabes que me he pegado un susto de muerte durante las últimas dos o tres horas? Estoy más que feliz de verte. Desearía tener una silla, aquí, aquí. ¡No trates de sentarte en esa cosa!

 

Pero ya era tarde. Se había sentado antes que pudiera detenerlo; nunca vi una silla estremecerse así en toda mi vida.

 

—Detente, detente, o arruinarás todo.

 

De nuevo muy tarde. Hubo otro destrozo, y otra silla fue reducida a sus elementos originales.

 

—¡Al infierno! ¿Es que no tienes juicio? ¿Deseas arruinar todo el mobiliario de este lugar? Aquí, aquí, tonto petrificado.

 

Pero fue inútil, antes que pudiera detenerlo, ya se había sentado en la cama, y esta era ya una melancólica ruina.

 

—¿Qué clase de conducta es esta? Primero vienes pesadamente aquí trayendo una legión de fantasmas vagabundos para intranquilizarme, y luego tengo que pasar por alto tal falta de delicadeza que no sería tolerada por ninguna persona de cultura elevada excepto en un teatro respetable, y no contento con la desnudez de tu sexo, tú me compensas destrozando todo el mobiliario mientras buscas lugar donde sentarte. Tú te dañas a tí mismo tanto como a mí. Te has lastimado el final de tu columna vertebral, y has dejado el piso sembrado de astillas de tus destrozos. Deberías estar avergonzado, ya eres bastante grande como para saber las cosas.

 

—Está bien, no romperé más muebles. Pero ¿qué puedo hacer? No he tenido chance de sentarme desde hace cien años —Y las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos.

 

—Pobre diablo —dije—, no debería haber sido tan rudo contigo. Eres un huérfano, sin duda. Pero siéntate en el piso, aquí, ninguna otra cosa aguantará tu peso.

 

Así que se sentó en el piso, y encendí una pipa que me dio, le di una de mis mantas y se la puse sobre sus hombros, le puse mi bañera invertida en su cabeza, a modo de casco, y lo puse sentir confortable. Entonces, él cruzó sus piernas, mientras yo avivé el fuego y acerque las prodigiosas formas de sus pies al calor.

 

—¿Qué pasa con las plantas de tus pies y la parte anterior de tus piernas, que parecen cinceladas?

 

—¡Sabañones infernales! Los agarré estando en la granja Newell. Amo ese lugar, como si fuera mi viejo hogar. No hay para mí como la tranquilidad que siento cuando estoy ahí.

 

Hablamos durante media hora, y luego noté que se veía cansado, y se lo dije.

 

—¿Cansado? —dijo—. Bueno, debería estarlo. Y ahora te diré todo, ya que me has tratado tan bien. Soy el espíritu del Hombre Petrificado que yace sobre la calle que va al museo. Soy el fantasma del Gigante de Cardiff. No puedo tener descanso, no puedo tener paz, hasta que alguien de a mi pobre cuerpo una sepultura. ¿Qué es lo más natural que puedo hacer para hacer que los hombres satisfagan ese deseo? ¡Aterrorizarlos, encantar el lugar donde descansan! Así que embrujé el museo noche tras noche. Hasta tuve la ayuda de otros espectros. Pero no hice bien, porque nadie se atrevía luego a ir al museo a medianoche. Entonces se me ocurrió acechar un poco este lugar. Sentí que si escuchaba gritos, tendría éxito, así que recluté a las más eficientes almas que la perdición pudiera proveer. Noche tras noche estuvimos estremeciendo estas enmohecidas recámaras, arrastrando cadenas, gruñendo, murmurando, deambulando, subiendo y bajando escaleras, hasta que, para decir la verdad, me cansé de hacerlo. Pero cuando vi una luz en su cuarto esta noche, recuperé mis energías nuevamente y salí con la frescura original. Pero estoy cansado, enteramente agotado. ¡Dadme, os imploro, dadme alguna esperanza!

 

Encendido por un estallido de excitación, exclamé:

 

—¡Esto sobrepasa todo, todo lo que ocurrido! ¿Por qué tu, pobre fósil antiguo, te tomás tantas preocupaciones por nada? ¡Has estado acechando una efigie de yeso de tí mismo, ya que el verdadero Gigante de Cardiff está en Albany! ¡Demonios! ¿No sabes en donde están tus propios restos?

 

Nunca vi tan elocuente mirada de vergüenza, de lastimera humillación. El Hombre Petrificado se levantó lentamente, y dijo:

 

—Honestamente, ¿es eso cierto?

 

—Tan cierto como que estoy aquí sentado.

 

Sacó la pipa de su boca y la dejó en el mantel, luego se irguió dubitativamente (de manera inconsciente, por algún viejo hábito, llevó sus manos hasta donde los bolsillos de sus pantalones deberían haber estado, y de forma meditativa dejó caer su barbilla en su pecho), finalmente dijo:

 

—Bien, nunca antes me sentí tan absurdo. ¡El Hombre Petrificado ha sido vendido a alguien más, y ahora el peor fraude ha terminado vendiendo su propio fantasma! Hijo mío, si tienes alguna caridad en tu corazón de un pobre fantasma sin amigos como yo, no dejes que esto se sepa. Piensa como te sentirías si te hubieras puesto tú mismo en ridículo también.

Escuché esto, y el bribón se fue retirando lentamente, paso a paso bajó las escaleras y salió a la calle desierta; me sentí triste que se hubiera ido, pobre tipo, y también porque se llevó mi manta y mi bañera.