Quiero ser como tú -le dije a la bruja. Ella enarcó sus espesas y
negras cejas. El cabello negro, liso y largo le llegaba hasta los hombros.
Ladeó la cabeza y me observó con ojos fríos y plateados.
Le devolví la mirada, sin pestañar, desafiándola. El mentón me
temblaba un poco, pero por lo demás no moví un músculo.
Tuve que hacer acopio de valor para ir a la casa de la bruja. La
mayoría de los niños del barrio no se atreve a acercarse a ella, ni siquiera a
subir por la colina sobre lo que está situada.
Pero yo era muy valiente.
O, mejor dicho, estaba desesperada.
Quizá penséis que es un disparate ir a casa de una bruja, pero si
conocierais mi vida, lo comprenderíais.
Ella representaba mi última esperanza.
Gemma Rogerson es una bruja de verdad, y todos los habitantes de
Maywood Falls lo saben. Las personas acuden a Gemma en busca de ayuda cuando
todo lo demás falla. Le piden que formule un encantamiento para mejorar sus
vidas o para sacarlos de un apuro.
A veces incluso le piden que eche un maleficio sobre sus enemigos.
¡Gemma es muy poderosa!
Un día lanzó un maleficio sobre el señor Fraley, el dueño de la
tienda de coches de segunda mano, porque se enteró de que éste vendía coches
robados. El señor Fraley se pasó dos años hipando sin parar ¡y no vendió un
solo coche!
No me lo he inventado. Lo dieron en las noticias.
También dieron en las noticias que Gemma había gastado una broma muy
cruel al alcalde Krenitski. Durante una conferencia de prensa, le salió de la
nariz y las orejas un millón de moscas, y de sus ojos unos gusanos largos y
morados.
Gemma puede utilizar sus extraordinarios poderes para hacer el bien,
y también para hacer el mal.
Pero a mí no me importaba. Necesitaba ayuda.
Así que allí me encontraba, de pie en su cocina, mirándola sin
pestañear. El sol del atardecer penetraba a través de las ventanas cubiertas de
polvo. La luz bañaba la estantería repleta de libros y los estantes llenos de
tarros y frascos que contenían plumas, polvos, insectos y huesos diminutos.
Por fin Gemma se movió. Cuando atravesó la habitación, su vestido
largo y arrugado crujió. Mientras se acercaba, observé su bello y blanquecino
cutis. Sus ojos eran luminosos y perspicaces, sus labios suaves y carnosos.
¿Cuántos años tenía? Era difícil de precisar. Quizá treinta, o
menos.
Gemma me apretó el brazo con su mano pálida y delicada.
-¿Tienes miedo? -preguntó con voz suave y aterciopelada.
-N-no -balbucí-. Creo que no.
Me apretó el brazo con más fuerza, hasta emblanquecerme la piel.
-Pues deberías tenerlo -dijo.
Aguanté la respiración.
¿Había cometido un error al ir allí?
Por fin Gemma me soltó el brazo. Sus uñas negras refulgieron cuando
alzó la mano para apartarme un mechón de pelo lacio y castaño de la frente.
-¿Por qué quieres ser una bruja, Samantha? -respondí exhalando un
prolongado suspiro.
Entonces se lo conté todo, incapaz de contenerme.
Le dije que odiaba mi aspecto, mi barbilla puntiaguda, mi nariz
respingona, mi pelo ralo, color de rata.
Le dije que no tenía amigos, que los niños en la escuela se reían de
mí porque soy fea y bizca.
Le enumeré los apodos horribles que me habían puesto los niños y le
confesé que ni siquiera les caía bien a los maestros; que todos me trataban con
crueldad; que mis padres no me hacían el menor caso y se volcaban en Roddy, mi
hermano menor.
Le conté muchas más cosas. Me costaba explicárselo, pero al mismo
tiempo me sobrevino un gran alivio.
Confiaba en que ella se percataría de lo desgraciada que me sentía.
Quizá Gemma comprendería por qué había dejado mi temor a un lado y había
acudido a verla.
Mientras yo le relataba mi desdichada historia, Gemma mantenía fijos
en mí sus ojos plateados, sin pestañear. El sol a ratos se disipaba y a ratos
volvía a lucir, envolviéndonos en sombras o iluminándonos con su resplandor.
Oí en tictac de un reloj en la habitacíon contigua.
Me detuve para recobrar el aliento. Miré las atestadas estanterías
de la cocina, contemplando maravillada los misteriosos frascos que contenían
alas de insectos y diversas partes de animales.
De pronto Gemma frunció el ceño.
-De modo que te sientes muy desgraciada -murmuró-. Pero ¿por qué has
acudido a mí, Samantha? ¿Por qué quieres ser una bruja?
-¡Deseo... deseo tener poderes mágicos! -exclamé-. Quiero demostrar
mi poder a los demás, vengarme de ellos por tratarme con crueldad, por burlarse
de mí, por meterse siempre conmigo.
-¿Vengarte? -preguntó Gemma achicando los ojos-. ¿Deseas vengarte?
-¡No! ¡No sólo quiero vengarme! -repliqué alzando la voz debido a la
emoción que me ambargaba-. Mucha gente acude a ti en busca de ayuda. Te temen,
pero te respetan. Yo también quiero que la gente me respete.
Respiraba de manera agitada. Por mis mejillas resbalaban gruesos
lagrimones.
Gemma movió la cabeza, apartándose la hermosa melena negra del
hombro.
-¿Estás segura de querer ser como yo? -preguntó, examinándome con
aquellos ojos tan intensos-. ¿Quieres que te conceda unos poderes mágicos?
Asentí con vehemencia, dejando que las lágrimas brotaran.
-Sí, sí. Te lo suplico. Hace tiempo que sueño con ello. Haré lo que
sea con tal del conseguirlo.
-¿Lo que sea? -preguntó Gemma sin dejar de observarme. Luego me
indicó que me sentara en un taburete de la cocina-. Puedo hacer lo que me
pides, Samantha -dijo suavemente-, pero deberás pagar un elevado precio por
ello.
-¿Un precio? -pregunté con voz entrecortada.
-Por supuesto -contestó Gemma cruzando los brazos sobre la pechera
de su vestido negro-. Un precio muy alto. Quizá no estés dispuesta a pagarlo.
-Haré lo que sea -repetí-. No tengo dinero, pero...
-No quiero dinero, Samantha -me interrumpió Gemma-. El dinero no
significa nada para mí. Si estás decida a convertirte en una bruja, debes pagar
un precio mucho más elevado que el dinero.
-¿Qué... qué debo hacer? -inquirí-. ¿Qué es lo que deseas?
-Tráeme a tu hermanito -respondió Gemma sin titubear.
-¿Qué? -pregunté horrorizada.
-Tu hermanito. Ése es el precio -insistió Gemma-. Tráemelo, y te
convertiré en una bruja.
La miré con los ojos arrasados en lágrimas. Sentí un nudo en la
garganta. Tenía el estómago revuelto debido a la tensión.
"¿Cómo voy a llevarle a mi hermanito? -pensé-. ¿Seré capaz de
semejante cosa?"
Papá se hallaba en la sala de estar, leyendo el periódico. Ni
siquiera alzó la vista cuando entré. Lo saludé, y él me respondió con un
gruñido.
Mamá estaba en la cocina, cortándoles los rabos a unas judías
verdes.
-Hola -dije. Mi madre sabe que odio las judías verdes. Supongo que
por eso las comemos cada noche.
-Siempre vas despeinada -comentó mamá-. ¿No puedes hacer algo con
ese pelo?
-No... no lo sé -respondí.
-Si te arreglaras un poco casi parecerías guapa -aseveró mamá sin
apartar la mirada de las judías.
-Gracias por el cumplido -repuse.
Mi madre nunca me dice cosas agradables. Jamás.
-¿Dónde está Roddy? -pregunté.
-Acostado en su cuna. Durmiendo. No lo despiertes -dijo mi madre-.
He tardado horas en dormirlo. No entres
en su habitación, Samantha. Siempre consigues asustarlo.
-No te preocupes -respondí.
Salí de la cocina y me dirigí directamente a la habitación de Roddy.
Estaba dormido, arrebujado en su pijama amarillo de felpa. Era calvo y
sonrosado, adorable a más no poder.
Apoyé las manos en el borde de la cuna y contemplé a mi hermanito.
Sentí las manos frías y sudorosas y un vacío en el estómago.
"¿Seré capaz de hacerlo? -me pregunté-. ¿Seré capaz de hacerlo?
-me pregunté-. ¿Seré capaz de raptar a mi hermanito y entregárselo a la
bruja?"
Me incliné sobre él. Roddy abrió los ojos, alzó una manita rolliza y
sonrosada y me agarró el pelo.
-¡Ay! -exclamé.
Me tiró del pelo con todas sus fuerzas.
-¡Suéltame -dije intentando apartar la cabeza, pero Roddy se metió
el mechón en la boca-. ¡Suéltame, Roddy! -repetí. Entonces tomé su puño entre
ambas manos y traté de obligarlo a abrirlo.
Mi hermano agarra todo lo que tiene a mano. Es un niño muy fuerte.
Un día me asió la nariz y la apretó con tanta fuerza que la hizo sangrar.
-¡Suéltame! ¡Me haces daño! -grité. Por fin logré forzarlo a abrir
el puño y soltarme el pelo.
Roddy rompió a berrear a voz en cuello al tiempo que agitaba los
puños enfurecido.
-¿Qué ocurre? -preguntó mi madre entrando precipitadamente en la
habitación-. Te dije que no lo despertaras, Samantha.
-Pero... pero -titubeé-. ¡No es mi culpa mía! ¡Me agarró del pelo!
-Sal de aquí -me ordenó mamá, tomando al bebé en brazos-. Siempre lo
asustas. ¡Sal de aquí!
Di media vuelta y salí corriendo.
Entré en mi habitación y me arrojé boca abajo en la cama.
De pronto decidí que lo haría. Llevaría a Roddy a Gemma.
Y punto.
Esperé hasta bien avanzada la noche. Mis padres se habían acostado.
Roddy dormía.
Entré con sigilo en su habitacíon y me acerqué a la cuna. Roddy
dormía con el pulgar en la boca, haciendo gorgoritos.
De pronto caí en la cuenta de que me estremecía de pies a cabeza.
-Lo siento, Roddy -musité-. Debo hacerlo. No tengo más remedio.
Alcé a mi hermanito en brazos y lo sostuve contra mi pecho. Tenía la
piel suave y calentita. Olía muy bien. Continuó emitiendo gorgoritos, pero no
se despertó.
Caminando de puntillas, procurando no hacer el menor ruido, salí al
pasillo.
"¿Es posible que yo esté haciendo esto?", pensé sin dejar
de temblar.
Tregué saliva. Sabía que si recapacitaba dejaría a Roddy en la cuna
y asunto terminado.
De modo de eché a correr.
Atravesé el pasillo y la sala de estar y salí por la puerta
principal.
Atravesé el jardín, crucé la calle y seguí adelante sin dejar de
correr. Oí el murmullo del viento a través de los árboles. Era una noche sin
luna ni estrellas. Por la mi pecho, corrí a través de la oscuridad. Subí la
colina hasta llegar a la casa de Gemma.
No me detuve a llamar a la puerta, sino que irrumpí
precipitadamente.
Hallé a Gemma en la cocina, de pie ante los fogones, preparando un
té negro y espeso.
Me detuve en el umbral. Roddy dormía plácidamente en mis brazos.
Gemma se volvió hacia mí y me miró sorprendida.
"Pero, ¿qué estoy haciendo? -pensé
de nuevo-. ¿Seré capaz de entregarle a mi hermanito?"
Sí.
Hacía tanto tiempo que soñaba con
cambiar mi vida...
-Toma -dije. Cerré los ojos y deposité
a Roddy en brazos de Gemma.
Ella me miró boquiabierta. Sostenía al
niño como si fuera un balón de rugby y se dispusiera a darle una patada. Me
miró a mí y luego al bebé.
-De modo que estás decidida, Samantha
-dijo por fin, sin poder disimular su asombro-. Es cierto que deseas
convertirte en una bruja.
Asentí con la cabeza.
Roddy levantó sus bracitos y se
desperezó sin abrir los ojos.
-¿Qué... qué piensas hacer con él?
-pregunté a Gemma con voz temblorosa.
Gemma sonrió y acarició la barbilla de
Roddy con el dedo.
-Necesito polvo de bebé -respondió-.
Voy a triturar sus huesos.
-¡NO! -grité-. ¡No puedes hacer eso!
Gemma se echó a reír.
-Era una broma, Samantha -dijo.
-¿Qué vas hacer con él! -insistí.
-Nada -contestó Gemma sentando al bebé
sobre su huesudo hombro-. Era sólo una prueba, Samantha.
-¿Una prueba? -pregunté perpleja.
-Quería comprobar si hablabas en serio
-me explicó-. Quería comprobar si hablabas en serio -me explicó-. Quería ver
hasta dónde estabas dispuesta a llegar para alcanzar tu propósito.
-Pues ahora ya lo sabes -dije-.
¿Cumplirás lo prometido?
-Ven aquí -me indicó Gemma dirigiéndose
hacia la mesa con el niño en brazos.
La seguí. Mi corazón latía con
violencia y me temblaban las rodillas.
-Las he preparado esta tarde.- Gemma
señaló dos cápsulas verdes que resposaban sobre la mesa-. Ingiere una y yo
ingeriré la otra. Así intercambiaremos nuestros cuerpos.
-¿Qué? -pregunté atónica. Estaba tan
aturdida que tuve que sujetarme al borde de la mesa para no caer redonda-.
¿Quieres que intercambiemos nuestros cuerpos?
Gemma asintió con la cabeza; su
cabellera negra y lustrosa le caía sobre los hombros.
-Penetrarás en mi cuerpo y te
convertirás en la bruja Gemma, con todos mis poderes y conociemientos -dijo
ésta sonriendo-. Y yo penetraré en tu cuerpo y me convertiré en Samantha, la
niña de doce años. Intercabiaremos nuestros cuerpos y nuestras vidas.
-Me siento muy sola aquí. Y estoy
cansada de sortilegios y maleficios. Estoy aburrida. Me atrae la idea de
comenzar de nuevo en un cuerpo nuevo, con una nueva familia.
Roddy abrió los ojos y miró alrededor.
Gemma lo sentó sobre su otro hombre.
-Tranquilo -susurró con ternura al
niño-. Cálmate, pequeño. A partir de ahora serás mi hermanito.
Tragué saliva.
-¿Estás segura de que deseas vivir con
mi familia? ¿De que quieres vivir mi vida?
Gemma me observó con frialdad.
-No me hagas perder tiempo, Samantha.
Estás a punto de conseguir tu deseo, lo que siempre has soñado. ¿Estás
dispuesta a hacerlo? ¿Estás dispuesta a ingerir la cápsula y convertirte en mí?
Dudé por unos instantes. Miré a Roddy y
las dos cápsulas verdes que reposaban sobre la mesa.
"Seré hermosa -me dije-. Poseeré
dotes mágicos y poder. La gente me respetará. Acudirá a mí en busca de ayuda.
Me temerá..."
-Sí -afirmé-, lo haré, Gemma. Estoy dispuesta.
Los ojos de Gemma centellearon de
emoción.
-¡Excelente! -exclamó. A continuación
tomó una de las cápsulas, se la llevó a la boca y tragó.
Respiré profundamente. Alargué una mano
temblorosa para tomar la cápsula.
-¡Apresúrate, Samantha! ¡Vamos, vamos!
-me apremió la bruja.
Sin embargo, antes de que yo alcanzar a
tomar la cápsula, Roddy se apoderó de ella.
-¡No! -exclamamos Gemma y yo a la vez.
Roddy ingirió la cápsula.
-¡No! ¡No! ¡No! -gritamos las dos.
Contemplé horrorizada a mi hermanito.
Al cabo de unos segundos Gemma y él habían intercambiado sus cuerpos.
Roddy, convertido en bruja, permanecía
de pie junto a la mesa de la cocina, con el vestido negro de Gemma.
Sostenía al niño en brazos. Gemma no
cesaba de revolverse ni de agitar sus puñitos en el aire. Se había convertido
en el bebé, en brazos de Roddy la bruja.
Yo no había cambiado. Continuaba siendo
Samantha.
-¡Te juro que me vengaré de ti! -me
gritó la bruja, furiosa.
Bajé la vista y miré al niño, rojo de
ira.
-¡Os juro que me vengaré de los dos!
-chilló.
Autor: R.L.
Stine