Los yūrei (幽霊) son fantasmas japoneses. Como sus similares occidentales, se piensa que son espíritus apartados de una vida pacífica tras la muerte, debido a algo que les ocurrió en vida, bien por la falta de una ceremonia funeraria adecuada o por haberse suicidado; por lo cual deambulan como almas en pena. Usualmente aparecen entre las dos de la madrugada y el amanecer, para asustar y atormentar a aquellos que les ofendieron en vida, pero sin causar daño físico.
Tradicionalmente, son femeninos y están vestidos con una mortaja, un kimono funerario, blanco y abrochado al revés. Normalmente carecen de piernas y pies (en el teatro tradicional se simula esto con un kimono más largo de lo normal) y frecuentemente están acompañados por dos fuegos fatuos (hi-no-tama en japonés), de colores azul, verde o púrpura. Estas llamas fantasmales son partes separadas del fantasma más que espíritus independientes. Los yūrei también suelen tener un trozo triangular de papel o tela (llamados en japonés hitaikakushi, en su frente. Varios son representados con cabello largo y negro. Como muchos monstruos del folklore japonés, los yūrei pueden ser repelidos con ofuda, escrituras sintoístas santificadas.
Por otro lado, los fantasmas vengativos, llamados goryō, tradicionalmente maldicen a una persona o un lugar como un acto de venganza por algo que se les hizo en vida. De ese modo, decir "te maldigo" es una amenazante frase dicha en un momento de ira. Un yūrei también puede aparecer para castigar a los descendientes o parientes del finado cuando no se han llevado a cabo los correspondientes ritos funerarios, tatari o tataru.
Monjes budistas y ascetas son en ocasiones contratados para llevar a cabo rituales en aquellas muertes inusuales o desgraciadas que pueden llevar a la aparición de un fantasma vengativo, de un modo similar a un exorcismo. En ocasiones estos fantasmas son deificados para aplacar sus espíritus.
Mientras que todos los fantasmas japoneses se llaman yūrei, dentro de esa categoría hay varios tipos específicos de fantasmas, clasificados principalmente por la manera que murieron o su razón de volver a la tierra.
Onryō
Son fantasmas vengativos que vuelven del purgatorio por un mal hecho a ellos durante su vida.
Ubume
Es el fantasma de una madre que murió durante el parto, o murió dejando niños pequeños. Estos yūrei suelen regresar para cuidar de sus hijos y a menudo les traen dulces.
Goryō
Son fantasmas vengativos de la clase aristocrática, en especial aquellos que fueron martirizados.
Funayūrei
Son los fantasmas de los que fallecieron en el mar.
Zashiki-warashi
Son fantasmas de niños, más traviesos que peligrosos.
Algunas localizaciones famosas por supuestamente ser frecuentadas por yureis son el castillo de Himeji, frecuentado por el fantasma de Okiku, y Aokigahara, un bosque al fondo del monte Fuji, que es desde finales del siglo XX una localización popular para suicidarse. Un onryo particularmente de gran alcance, Oiwa, se dice que puede traer la venganza sobre cualquier actriz que la interprete en una adaptación de teatro o de película de su historia, por lo que para evitarlo suelen visitar antes su tumba para presentarle respeto.El artista Maruyama Ōkyo pintó el primer ejemplo gráfico de un yurei tradicional en su obra titulada "El fantasma de Oyuki".
El Templo Zenshoan es un templo en Tokio, que se conoce principalmente por su colección de pinturas de yūrei. Contiene 50 pinturas de seda que datan en su mayoría de entre 150 a 200 años, representan una variedad de apariciones, de la triste a la horrorosa.
Los rollos fueron recogidos por Sanyu Encho-tei (三游亭円朝), un narrador de historias famosas (artista rakugo) que durante la era de Edo, estudió en Zenshoan. Encho coleccionó las pinturas como fuente de inspiración para los cuentos fantasmales que a él le gustaba contar en verano.
Actualmente están abiertas estás galerías al público sólo en agosto, el tiempo tradicional en Japón para las historias de fantasmas.
La condesa Erzsébet Báthory de Ecsed, 7 de agosto de 1560-Castillo de Čachtice, actual Trenčín, Eslovaquia, 21 de agosto de 1614), en inglés como Elizabeth Bathory, e hispanizado cómo Isabel Bathory, fue una aristócrata húngara, perteneciente a una de las familias más poderosas de Hungría. Ha pasado a la historia por haber sido acusada y condenada de ser responsable de una serie de crímenes motivados por su obsesión por la belleza que le han valido el sobrenombre de la Condesa Sangrienta: es la asesina más grande de la historia de la humanidad, con 650 muertes.
Según la leyenda, Erzsébet
Báthory (Isabel, en castellano), fue una cruel asesina en serie obsesionada
por la belleza, la cual utilizaba la sangre de sus jóvenes sirvientas y
pupilas para mantenerse joven en una época en que una mujer de 44 años se
acercaba peligrosamente a la ancianidad. La leyenda cuenta que Isabel vio a su
paso por un pueblo a una anciana decrépita y se burló de ella, y la anciana,
ante su burla, la maldijo diciéndole que la noble también envejecería y se
vería como ella algún día.
Según el testimonio del conde
palatino Jorge Thurzó (primo y enemigo de la condesa, nombrado
investigador general por el rey), cuando su hueste llegó al castillo el 30
de diciembre de 1610 no halló oposición, ni a nadie para recibirles. Lo primero
que vieron fue a una sirvienta en el cepo del patio, en estado agónico debido a
una paliza que le había fracturado todos los huesos de la cadera. Esto era
práctica corriente y no les llamó la atención, pero al acceder al interior se
encontraron a una chica desangrada en el salón, y otra que aún estaba viva
aunque le habían agujereado el cuerpo. En la mazmorra encontraron a una docena
que todavía respiraban, algunas de las cuales habían sido perforadas y cortadas
en varias ocasiones a lo largo de las últimas semanas. De debajo del castillo
exhumaron los cuerpos de 50 muchachas más. Y el diario de Isabel contaba día
por día sus víctimas, con todo lujo de detalles, hasta sumar un total de 612
jóvenes torturadas y asesinadas a lo largo de seis años. Por todas partes había
toneladas de ceniza y serrín, usados para secar la sangre que se vertía tan
pródigamente en aquel lugar. Debido a esto, todo el castillo estaba cubierto de
manchas oscuras y despedía un tenue olor a putrefacción. Se decía que mientras
su esposo estaba fuera, ella mantenía relaciones sexuales con sirvientes de
ambos sexos, y se rumoreaba que cuando tenía acceso carnal con chicas no era
raro que las mordiese salvajemente.
Todo empezó en 1604, poco después
de la muerte de su marido. Una de sus sirvientas adolescentes le dio
un involuntario tirón de pelos mientras la estaba peinando, lo que conllevó un
fuerte bofetón de la condesa que hizo sangrar por la nariz a la doncella (la
cual hasta este punto habría sido afortunada, ya que lo normal entre la nobleza
eslava de la época habría sido sacarla al patio para recibir cien bastonazos
por aquel descuido). Pero cuando la sangre salpicó la piel de Isabel, a esta le
pareció que allá donde había caído desaparecían las arrugas y su piel recuperaba
la lozanía juvenil. La condesa, fascinada, pensó que había encontrado la
solución a la vejez, y que siempre podría conservarse bella y joven de esta
manera. Tras consultar a sus brujas y alquimistas, y con la
ayuda del mayordomo Thorko y la corpulenta Dorottya, desnudaron
a la muchacha, la degollaron y llenaron un barreño con su sangre. Isabel se
bañó en la sangre, o al menos se embadurnó con ella todo el cuerpo para
recuperar la juventud.
Entre 1604 y 1610, los agentes de
Isabel se dedicaron a proveerla de jóvenes entre 9 y 16 años para sus rituales
sangrientos. En un intento de mantener las apariencias, habría convencido al
pastor protestante local para que sus víctimas tuviesen entierros cristianos
respetables. Cuando la cifra comenzó a subir, este comenzó a manifestar sus
dudas: morían demasiadas chicas por «causas misteriosas y desconocidas», así es
que ella le amenazó para que callase y comenzó a enterrar en secreto los
cuerpos desangrados. Esta es, al menos, la versión de este pastor, que fue
quien la denunció «oficialmente» al rey Matías II de Hungría a través
de la curia clerical.
Más adelante, en la época en la
que los errores de Gábor la pusieron en una delicada situación política, tomó
la costumbre de quemar los genitales a algunas sirvientas con velas, carbones y
hierros al rojo vivo, por pura diversión. También generalizó su práctica de
beber la sangre directamente mediante mordiscos en las mejillas, los hombros o
los pechos. Para estas cuestiones privadas se apoyaba en la fuerza física
de Dorottya Szentes, que, aunque ya mayor, seguía siendo muy capaz de
inmovilizar a cualquier joven en la posición requerida. Esto ocurrió mientras
estuvo en Viena.
En 1609 Isabel, por la falta de
sirvientas en la zona como consecuencia de tantos crímenes que ya hacían
desconfiar a la gente humilde, cometió el error que acabaría con ella:
utilizando sus contactos, comenzó a tomar a niñas y adolescentes de buenas
familias para educarlas y que le hicieran compañía. Algunas de ellas comenzaron
a morirse pronto por las mismas causas misteriosas, lo cual no era raro en
aquella época, con sus elevadísimas tasas de mortalidad infantil y
juvenil, pero en el «internado» de Čachtice el número de
fallecimientos era demasiado alto. Ahora las víctimas eran hijas de la aristocracia menor,
por lo que sus muertes eran consideradas importantes. La bruja Anna
Darvulia le habría prevenido que nunca tomara nobles, pero esta anciana había
fallecido algún tiempo atrás. Fue su amiga Erszi Majorova, viuda de un
rico granjero que vivía en la cercana localidad de Milova, quien convenció
a la condesa de que no pasaría nada.
Hacia el final muchos cuerpos se
ocultaron en lugares peligrosamente insensatos, como campos cercanos, silos de
grano, el río que corría bajo el castillo o el jardín de verduras de la cocina.
Finalmente, una de las víctimas logró escapar antes de que la matasen e informó
a las autoridades religiosas. Esto era algo que había ocurrido varias veces en
el pasado, con sirvientas; por ejemplo, en el otoño de 1609:
«...Una joven de doce
años llamada Pola logró escapar del castillo de algún modo y buscó ayuda en una
villa cercana. Pero Dorka y Helena se enteraron de dónde estaba por los
alguaciles, y tomándola por sorpresa en el ayuntamiento, se la llevaron de
vuelta al Castillo de Čachtice por la fuerza, escondida en un carro
de harina. Vestida sólo con una larga túnica blanca, la condesa Erzsébet le dio
la bienvenida de vuelta al hogar con amabilidad, pero llamaradas de furia
salían de sus ojos; la pobre ni se imaginaba lo que le esperaba. Con la ayuda
de Piroska, Ficzko y Helena arrancó las ropas de la doceañera y la metieron en
una especie de jaula. Esta particular jaula estaba construida como una esfera,
demasiado estrecha para sentarse y demasiado baja para estar de pie. Por su
[cara] interior, estaba forrada de cuchillas del tamaño de un dedo pulgar. Una
vez que la muchacha estuvo en el interior, levantaron bruscamente la jaula con
la ayuda de una polea. Pola intentó evitar cortarse con las cuchillas, pero
Ficzko manipulaba las cuerdas de tal modo que la jaula se balancease de lado a
lado, mientras que desde abajo Piroska la punzaba con un largo pincho para que
se retorciera de dolor. Un testigo afirmó que Piroska y Ficzko se dieron al
trato carnal durante la noche, acostados sobre las cuerdas, para obtener un
malsano placer del tormento que con cada movimiento padecía la desdichada. El
tormento terminó al día siguiente, cuando las carnes de Pola estuvieron
despedazadas por el suelo».
Esta descripción tiene su
parecido con otro artilugio de tortura utilizado por Báthory, llamado «doncella
de hierro», el cual era una especie de sarcófago que reflejaba la silueta de
una mujer y que por dentro tenía afilados pinchos. Este artilugio se abría para
introducir a la víctima y luego encerrarla para que los pinchos se incrustaran
en su cuerpo.
Es imposible saber, hoy en día,
qué sucedió realmente. Desde el punto de vista psiquiátrico, Isabel
Báthory sería una anomalía que se sale del patrón común de todos los asesinos
en serie conocidos. En la Europa del Este de la época era común castigar
cruelmente a siervos y pupilos, y ejecutar incluso a pequeños delincuentes de
las maneras más espantosas. Quizás fuera sádica, y en consecuencia se
aplicara especialmente a la hora de imponer disciplina, o incluso obligara a
sus sirvientas a tomar parte en prácticas sadomasoquistas más o menos
extremas, ninguna novedad para la nobleza de su tiempo, cuya impunidad y poder
legal les permitía tratar a la servidumbre como quisieran. Es muy probable que
a todo eso se le añadiese una campaña de difamación debido a su apoyo a Gábor I
Báthory en la guerra contra los alemanes, la propaganda de este estilo para
desestabilizar el poder de un noble no estaba fuera de lo normal en aquella
época y era bastante común en esa zona geográfica. O quizás fue realmente
una torturadora y asesina en serie amparada en su estatus, que sólo
se perdió cuando por falta de nuevas víctimas entre la plebe recurrió
a las hijas que formaban parte de la nobleza menor.
El caso de la condesa de Báthory
ha inspirado numerosas historias desde el siglo XVIII hasta la actualidad. El
motivo más común de esto fue que la condesa se bañaba en la sangre de sus
víctimas para conservar la juventud. Esta leyenda apareció por primera vez en
un grabado del libro Tragica Historia de 1729, del erudito jesuita László
Turóczi, que es también la primera narración escrita de la historia de Báthory.
Su leyenda reapareció en 1817, cuando se publicaron los relatos de los testigos
aparecidos décadas antes, en 1765. En estos no se incluía ninguna mención a los
baños de sangre. En su libro Hungary and Transylvania, publicado en 1850,
John Paget describe el supuesto origen de los baños sangrientos de la condesa,
aunque su versión parece ser un relato ficticio de la tradición oral de la
zona. Es difícil saber hasta qué punto son verídicos estos acontecimientos. El
placer sádico se considera el motivo más plausible para los crímenes
de Erzsébet Báthory.
En el cine el personaje de la
Condesa Bathory aparece en una de las historias corales de la película
"Inmoral Tales" (1973) del director Walerian Borowczyk, interpretada
por Paloma Picasso. Asimismo el personaje apareció en el film El retorno
del hombre lobo (1981), escrito y dirigido por Paul Naschy. También
fue tema central de la película "The Countess" (2009), dirigida y
protagonizada por Julie Delpy.
En materia musical, la banda
británica Venom le dedicó la canción Countess Bathory en su disco de
1982, Black Metal. Asimismo una banda sueca de black metal
"Bathory" tomó su nombre, estando activa entre 1983 y 2004 y llegando
a editar doce álbumes de estudio, sin contar grabaciones en vivo.
Un abanico es un instrumento y un complemento de moda ideado para que con un juego de muñeca rítmico y variable se pueda mover aire y facilitar la refrigeración cuando se está en un ambiente caluroso. Se considera originario de Oriente y su fabricación es delicada, en especial cuando presenta diseños artísticos y materiales de calidad. Con antecedentes en el flabelo egipcio, su estructura evolucionó del tipo fijo circular al modelo plegable.
De etimología latina, diminutivo de «abano», a partir de «vannus», nombre que en la cultura agrícola romana recibía un utensilio usado para aventar la cascarilla de los granos de cereal, y en las cocinas para avivar el fuego.
Sin recuperar su pasado glorioso, todavía hay en Occidente importantes fábricas de abanicos, en especial en España (Comunidad Valenciana y Andalucía) y América (México y Puerto Rico).
Se tiene constancia de que antes de aparecer el abanico plegable ya se elaboraban ejemplares hechos de encaje y plumas. Y por lo que respecta al tipo tradicional de abanico de varillas desplegables, se pueden distinguir sucesivos estilos con el paso del tiempo. Así, en los siglos XVI y XVII, en España, el abanico, de madera o marfil, con "país" de tela o cabritilla bordada, solía ser de "vuelo corto" (13 varillas), como el que muestra en sus retratos de corte Isabel, primera esposa de Felipe IV, o La dama del abanico, pintada por Velázquez.
En el siglo XVIII, dejando de ser un complemento exclusivo de las clases altas, se popularizó el abanico de madera de vuelo corto y país reducido, como el que muestra la joven con la mantilla blanca en un pastel de Lorenzo Tiepolo. En la primera mitad del siglo XIX, se ponen de moda los pequeños ejemplares de la época Imperio, que con el Romanticismo se estilarán de mayores dimensiones y con filigrana de calado, dorado y decoración, precedentes del pericón. En ambas épocas se impone la novedad del papel impreso con grabado.
Se ha constatado que antes del siglo XX, pintores famosos que habitualmente participaron en la decoración de los abanicos se resistían a firmar sus obras y sólo lo hacían cuando eran regalos para damas de alcurnia, ofrecidos por el propio pintor. A partir del siglo XX, es normal que se firme cuando se ha pintado a mano.
Dos leyendas sitúan el origen o la invención del abanico en el Lejano oriente. Una de ellas cuenta que, durante la festividad de las antorchas, la bella Kau-Si, hija de un mandarín, sofocada por el calor se quitó el antifaz que preservaba su intimidad, y con gesto nervioso y energía singular lo agitó ante su nariz llegando a formar una cortina que, además de lograr que su rostro siguiera invisible para los curiosos —por estar prohibida su visión a los hombres—, refrescó el aire que la circundaba; el gesto atrevido, pero inteligente, fue imitado por el resto de las damas que la acompañaban, para general alivio.
La otra leyenda llega de Japón y hace referencia más técnica al origen del abanico plegable. Ocurrió una noche calurosa en el hogar de un humilde artesano de abanicos, cuando un murciélago que entró por la ventana abierta fue a estrellarse contra la llama de un candil cuando el hombre lo trataba de espantar acuciado por su asustada mujer. Al día siguiente, la curiosidad del artesano le llevó a imitar las membranas plegables de las alas del murciélago en la elaboración de un abanico. Sea cierto o no tal origen, los más antiguos abanicos plegables japoneses se llaman «komori», en japonés "murciélago".
La umbela o quitasol y el flabellum, gran abanico fijo de largo mango, se consideran precedentes en Egipto —al menos desde la dinastía XIX— y en Asia del modesto y funcional abanico plegable y sus variantes occidentales. Ya en la tumba de Tutankamón se depositaron, como parte del ajuar del faraón, dos abanicos con mango de metales preciosos. Asimismo aparecen en los templos de Medinet-About y en las tumbas de Beni-Hassan, decorando algunas pinturas y bajorrelieves grandes abanicos de plumas de avestruz, semicirculares o triangulares, usados al parecer para ahuyentar insectos y disipar el calor. Y como también en Asiria sus monarcas aparecen escoltados por sendos esclavos con parasoles, la investigadora Ruiz Alcón razona que el sencillo hecho de espantarse las moscas se convirtió en atributo de los poderosos y la suntuosidad.
A partir del siglo V antes de Cristo, el flabelo egipcio aparece en la Antigua Grecia representado en forma de palmeta en diversos tipos de vasos pintados, con el mango más corto y manejable, de modo que pudiera utilizarse con una sola mano. También se han encontrado flabelos en la civilización etrusca de donde se suponen pasaron a la Antigua Roma. Se conservan pinturas donde esclavos abanican con flabelos a las matronas o para avivar el fuego de los sacrificios.
Objeto esencial en las culturas china y japonesa, tanto en ceremonias como en el teatro, que sintetiza la fantasía de estos pueblos en los diferentes tipos de abanico. Fabricado en bambú, seda, papel, marfil, tortuga, plumas y crespones, su suntuosidad llegaría en ocasiones a hacerlo inútil para su original objetivo: darse aire. Uno de los más famosos fue el que en el siglo XVII el emperador chino Chun-Hi le regaló a su esposa; estaba fabricado en jade blanco, con mango de ámbar tallado con bajorrelieves. En China, el origen del abanico rígido se sitúa hacia 2697 a. C., con el emperador Hsiem Yuan, y la referencia escrita más antigua (1825 a. C.) menciona dos abanicos de plumas ofrecidos al emperador Tchao Wong, de la dinastía Zhou.
Casi limitado a su uso ceremonial en China, sin embargo en Japón el abanico ha estado unido a lo cotidiano y a lo artístico; sobresalen en especial los relacionados con la ceremonia del té, los usados como objetos en el ritual Shinto, y los abanicos del atrezo teatral, como los exhibidos en los dramas Noh y el «tessen» o abanico de guerra.
En Europa se conoce desde el siglo XVI, traído de Oriente por los navegantes y comerciantes portugueses. Objeto raro y caro, fue en principio privilegio de damas linajudas, como Isabel I de Inglaterra que llegó a pagar 500 coronas por un bello ejemplar. Eran aquellos, en general, objetos de fantasía con elaborados trabajos de orfebrería en los mangos y cuerpo de exóticas plumas. Otros modelos, como los que pinta en Venecia Tiziano, eran los llamados de banderita, muy comunes en la Italia del siglo XVII.
La más antigua referencia documental en España aparece en la Crónica de Pedro IV de Aragón, donde entre los varios servidores del rey se cita "el que llevaba el abanico". También se mencionan "dos «ventall» de raso" en el inventario de bienes del príncipe de Viana; y en contextos relacionados con la liturgia eclesiástica aparecen con frecuencia los «flabellum». Todas son referencias de finales del siglo XV, anteriores al comercio de la península ibérica con Oriente, que fue la vía por la que llegaron a Europa los abanicos plegables.
Los primeros maestros abaniqueros conocidos en España son del siglo XVII. Así, se cuentan en Madrid Juan Sánchez Cabezas, Juan García de la Rosa, Francisco Álvarez de Borja o Jerónimo García. Con ellos trabajan pintores como Duarte de Pinto y Juan Cano de Arévalo. Una muestra de los abanicos bordados españoles en aquel Siglo de Oro es el que aparece en La dama del abanico, cuadro pintado por Velázquez hacia 1635. En Sevilla, trabajan los talleres de Carlos de Arocha, José Páez y Alonso de Ochoa. Del 8 de junio de 1693 se guarda noticia de una solicitud de abaniqueros madrileños para crear un gremio, que no llegó a cuajar.
Los defectos técnicos de los abanicos españoles hicieron que su producción fuera superada a finales del XVII por los fabricantes franceses e italianos. La perdida primacía no se restableció hasta el último cuarto del siglo XVIII, cuando el gobierno de Carlos II decidió subvencionar esa industria, traer de Italia un buen maestro en el oficio y limitar la entrada en España de abanicos extranjeros. En ese mismo periodo, también en Madrid, se conocen talleres en la calle del Carmen y en la Red de San Luis.
En un principio su uso era común para ambos sexos, llevando los hombres pequeños ejemplares en el bolsillo, y las mujeres unos de mayor tamaño como el "abanico de pericón". Su utilización se hizo progresivamente exclusiva de las damas, llegando a desarrollar un complicado código o "lenguaje del abanico" (según la posición en la que se situaba, o la forma de sostenerlo o usarlo, se estaba transmitiendo un tipo de mensaje u otro).
Así, por ejemplo, abanicarse rápidamente mirándote a los ojos se traducía como “te amo con locura”, pero si se hacía lentamente, el mensaje era muy distinto: “estoy casada y me eres indiferente”. Abrir el abanico y mostrarlo equivalía a un: “puedes esperarme”. Sujetarlo con las dos manos aconsejaba un cruel “es mejor que me olvides”. Si una mujer dejaba caer su abanico delante de un hombre, el mensaje era apasionado "te pertenezco". Si lo apoyaba abierto sobre el pecho a la altura del corazón: “te amo”. Si se cubría la cara con el abanico abierto: “Sígueme cuando me vaya”.
Si lo apoyaba en la mejilla derecha equivalía a un “sí”, pero si lo apoyaba sobre la izquierda era un “no” rotundo y cruel.
Los museos generalmente tratan de impartir conocimientos,
estos más bien nos harán perder el sueño al menos por una noche. Así que
Drácula los invita a visitar “Los Museos Más Terroríficos del Mundo” así que no tengan miedo y anímense como Jonathan
que el Conde cree que salió perfectamente
de estos museos.
Museo
de lo Oculto de los Warren
Ubicación:
Estados Unidos
Gracias al director de cine James Wan, el mundo entero tuvo
la oportunidad de conocer de cerca al matrimonio Warren.
El Museo de lo Oculto, ubicado en Monroe, representa la
colección personal de estos dos investigadores paranormales Ed y Lorraine
Warren. Ambos fueron almacenando todos sus bienes espeluznantes en el sótano.
Allí encontraremos ataúdes de vampiros, altares satánicos,
cabezas reducidas y la muñeca Annabelle. Tras la muerte de los Warren,
permanece cerrado al público hasta que sea trasladado a otra ubicación.
Catacumbas
de los Capuchinos
Ubicación:
Palermo, Italia
Se trata de una exhibición bastante macabra de la colección
de cuerpos momificados más grande del mundo. Un museo dela muerte.
Ubicado en las catacumbas de Palermo, este museo presenta
una serie de cuerpos (cientos de ellos) de frailes capuchinos momificados
naturalmente en el siglo XVI, cuyos frailes vivos optaron por exhibirlos en una
nueva cripta.
Los visitantes pueden explorar cinco pasillos subterráneos
de momias, algunos de ellos organizados por profesión, género y clase social de
los individuos.
Museo
de las Momias
Ubicación:
Guanajuato, México
Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, este
museo se encuentra sobre el lugar donde se encontraron cuerpos momificados por
un proceso natural.
Los cuerpos se han convertido en una de las principales
atracciones de Guanajuto, pues lo asombroso de su conservación es que todos los
cadáveres fueron quemados antes de ser enterrados.
El museo le da el toque fantasmagórico a la ciudad y permite
a los visitantes estudiar a fondo el proceso de momificación humana.
Mütter
Museum
Ubicación:
Fidadelfia, Estados Unidos
El Museo Mutter de Filadelfia es conocido por sus historias
espantosas. Contiene muestras de anomalías genéticas, así que el horror está
garantizado.
Los visitantes siempre se han quejado del malestar que
sienten al entrar en el museo. Aunque el museo no tiene muñecas como Annabelle,
pero muchos afirman que sienten que el lugar está embrujado; al menos, esa es
su sensación de angustiosa al entrar.
Así de espeluznante es este lugar, donde encontraremos
equipos médicos antiguos, modelos de cera y muestra patológicas que te pondrán
los vellos de punta.
Museum
of Death
Ubicación:
Los Ángeles, Estados Unidos
Si eres fanático de las series y películas de asesinos
seriales, visitar este museo es una gran opción. En el encontrarás una gran
colección de objetos pertenecientes a este tipo de asesinos y recreaciones de
escenas del crimen.
Herramientas forenses y hasta taxidermia ayudan a sus
visitantes a descubrir todo lo que rodea a la muerte y las investigaciones que
surgen cuando alguien es asesinado.
Jack
The Ripper Museum
Ubicación:
Londres, Inglaterra
Siguiendo con la temática de asesinos seriales, la capital
del Reino Unido alberga un museo que cuenta todo sobre Jack The Ripper, el
asesino serial más famoso y cuya identidad nunca fue revelada.
El museo cuenta todo sobre sus métodos de ataque y la
historia de sus víctimas, ofreciendo al visitante el panorama ideal para que
pueda seguir pistas y crear teorías sobre sus asesinatos.
Museum
Of Witchcraft And Magic
Ubicación:
Boscasatle, Cornwall, Inglaterra
Otro tema lleno de misterio y suposiciones es la existencia
de las brujas. Leyendas y mitos se han tejido alrededor de estas mujeres y,
ahora, un museo en Inglaterra promete explicar todo sobre su paso por la
tierra.
Libros de hechizos, cráneos embrujados e incluso unas lecciones
de antigua brujería forman parte de la misteriosa experiencia.
Salem
Witch Museum
Ubicación:
Salem, Massachusetts
Si hay una historia de brujas que ha inspirado la creación
de varias producciones ese es el caso de las brujas de Salem.
A inicios de los sesenta, se inició en la localidad de
Salem, en Massachusetts, el juicio contra varias mujeres acusadas de practicar
la brujería que acabó con la vida de, al menos, veinte personas.
El museo, ubicado en la misma ciudad donde todo sucedió,
presenta documentos originales e historias reales de las mujeres que fueron
acusadas de brujería y, en consecuencia, quemadas vivas.