¡Bienvenidos/as a una nueva Iniciativa en Plegarias en la Noche! llamada “UNA HISTORIA PARA MI FANTASMA” porque este mes de octubre tu fantasma va a necesitar que lo entretengas.
Con
el espíritu de Halloween 🎃en el aire, nos sumergiremos en un mundo de terror y
misterio cada viernes. Donde les estaremos contando una historia diferente
llena de terror que nos harán temblar de miedo y nuestro fantasma estará feliz.
Los paso para sumarse es muy simple 😉 al igual que las Iniciativas de los años anteriores. Todos los viernes de octubre a las 22 hs de su país, cada Blog nos contaran cuentos, relatos, poemas y hasta leyendas exclusivamente de fantasmas. El formato lo eligen ustedes escrito o con un vídeo leyéndolo, puede ser de su autoría o de algún autor/a que les guste (no se olviden de mencionar de quien pertenece), llevando por supuesto el Banner de la iniciativa y mencionando a Plegarias en la Noche, para que más bloggers quieran participar y llenemos este hermoso espacio en un lugar terrorífico 👻
Así
que prepárense para sentir miedo, prepárense para temblar, y prepárense para
descubrir que el terror y los fantasmas están mucho más cerca de lo que uno/a
cree.
Morella
Autor: Edgar Allan Poe
Consideraba yo a Morella con un
sentimiento de profundo y singular afecto. Habiéndola conocido casualmente hace
muchos años, mi alma, desde nuestro primer encuentro, ardió con un fuego que no
había conocido; pero no era ese fuego el de Eros, y representó para mi espíritu
un tormento la convicción de que no podría definir su insólito carácter ni
regular su vaga intensidad. Sin embargo, nos tratamos, y el destino nos unió
ante el altar; jamás hablé de pasión, ni pensé en el amor. Ella, aun así, huía
de la sociedad, y dedicándose a mí, me hizo feliz. Asombrarse es una felicidad,
y una felicidad es soñar.
La erudición de Morella era profunda.
Como espero mostrar, sus talentos no eran de orden vulgar, y su potencia mental
era gigantesca. Lo percibí, y en muchos temas fui su discípulo. No obstante,
pronto comprendí que, quizá a causa de haberse educado en Pressburgo ponía ella
ante mí un gran número de esos libros místicos que se consideran generalmente
como la simple escoria de la literatura alemana. Esas obras constituían su
estudio favorito y constante, y si en el transcurso del tiempo llegó a ser el
mío también, hay que atribuirlo a la simple, pero eficaz influencia del hábito
y del ejemplo.
Mis convicciones no estaban en modo
algunas basadas en el ideal, y no se descubriría, como no me equivoque por
completo, ningún tinte del misticismo de mis lecturas, ya fuese en mis actos o
ya fuese en mis pensamientos.
Persuadido de esto, me abandoné sin
reserva a mi esposa, y me adentré con firme corazón en el laberinto de sus
estudios. Y entonces —cuando, sumiéndome en páginas terribles, sentía un
espíritu aborrecible encenderse dentro de mí— venía Morella a colocar su mano
fría en la mía, y hurgando las cenizas de una filosofía muerta, extraía de
ellas algunas graves y singulares palabras que, dado su extraño sentido, ardían
por sí mismas sobre mi memoria. Y entonces, hora tras hora, permanecía al lado
de ella, sumiéndome en la música de su voz, hasta que se infestaba de terror su
melodía, y una sombra caía sobre mi alma, y palidecía yo, y me estremecía
interiormente ante aquellos tonos sobrenaturales. Y así, el gozo se desvanecía
en el horror, y lo más bello se tornaba horrendo, como Hinnom se convirtió en
Gehena.
Resulta innecesario expresar el carácter
exacto de estas disquisiciones que, brotando de los volúmenes que he mencionado,
constituyeron durante tanto tiempo casi el único tema de conversación entre
Morella y yo. Los enterados de lo que se puede llamar moral teológica las
concebirán fácilmente, y los ignorantes poco comprenderían. El vehemente
panteísmo de Fichte, la palingenesia modificada de los pitagóricos, y por
encima de todo, las doctrinas de la identidad tal como las presenta Schelling,
solían ser los puntos de discusión que ofrecían mayor belleza a la imaginativa
Morella. Esta identidad llamada personal, la define con precisión mister Locke,
creo, diciendo que consiste en la cordura del ser racional. Y como por persona
entendemos una esencia inteligente, dotada de razón, y como hay una conciencia
que acompaña siempre al pensamiento, es ésta la que nos hace a todos ser eso
que llamamos nosotros mismos, diferenciándonos así de otros seres pensantes y
dándonos nuestra identidad personal. Pero el principium individuationis —la
noción de esa identidad que en la muerte se pierde o no para siempre— fue para
mí en todo tiempo una consideración de intenso interés, no sólo por la
naturaleza pasmosa y emocionante de sus consecuencias, sino por la manera
especial y agitada como la mencionaba Morella.
Pero realmente había llegado ahora un
momento en que el misterio del carácter de mi esposa me oprimía como un
hechizo. No podía soportar por más tiempo el contacto de sus pálidos dedos, ni
el tono profundo de su palabra musical, ni el brillo de sus melancólicos ojos.
Y ella sabía todo esto, pero no me reconvenía.
Parecía tener conciencia de mi debilidad
o de mi locura, y sonriendo, las llamaba el Destino. Parecía también tener
conciencia de la causa, para mí desconocida, de aquel gradual desvío de mi
afecto; pero no me daba explicación alguna ni aludía a su naturaleza. Sin embargo,
era ella mujer, y se consumía por días. Con el tiempo, se fijó una mancha roja
constantemente sobre sus mejillas, y las venas azules de su pálida frente se
hicieron prominentes. Llegó un instante en que mi naturaleza se deshacía en
compasión; pero al siguiente encontraba yo la mirada de sus ojos pensativos, y
entonces sentíase mal mi alma y experimentaba el vértigo de quien tiene la
mirada sumida en algún aterrador e insondable abismo.
¿Diré que anhelaba ya con un deseo
fervoroso y devorador el momento de la muerte de Morella? Así era; pero el
frágil espíritu se aferró en su envoltura de barro durante muchos días, muchas
semanas y muchos meses tediosos, hasta que mis nervios torturados lograron
triunfar sobre mi mente, y me sentí enfurecido por aquel retraso, y con un
corazón demoníaco, maldije los días, las horas, los minutos amargos, que
parecían alargarse y alargarse a medida que declinaba aquella delicada vida,
como sombras en la agonía de la tarde.
Pero una noche de otoño, cuando
permanecía quieto el viento en el cielo, Morella me llamó a su lado. Había una
oscura bruma sobre toda la tierra, un calor fosforescente sobre las aguas, y
entre el rico follaje de la selva de octubre, hubiérase dicho que caía del
firmamento un arco iris.
—Éste es el día de los días —dijo ella,
cuando me acerqué—; un día entre todos los días para vivir o morir. Es un día
hermoso para los hijos de la tierra y de la vida, ¡ah, y más hermoso para las
hijas del cielo y de la muerte!
Besé su frente, y ella prosiguió:
—Voy a morir, y a pesar de todo, viviré.
—¡Morella!
—No han existido nunca días en que
hubieses podido amarme; pero a la que aborreciste en vida la adorarás en la
muerte.
—¡Morella!
—Repito que voy a morir. Pero hay en mí
una prenda de ese afecto, ¡ah, cuan pequeño!, que has sentido por mí, por
Morella. Y cuando parta mi espíritu, el hijo vivirá, el hijo tuyo, el de
Morella. Pero tus días serán días de dolor, de ese dolor que es la más duradera
de las impresiones, como el ciprés es el más duradero de los árboles. Porque
han pasado las horas de tu felicidad, y no se coge dos veces la alegría en una
vida, como las rosas de Paestum dos veces en un año. Tú no jugarás ya con el
tiempo el juego del Teyo; pero, siéndote desconocidos el mirto y el vino,
llevarás contigo sobre la tierra tu sudario, como hace el musulmán en la Meca.
—¡Morella! —exclamé— ¡Morella! ¿Cómo
sabes esto?
Pero ella volvió su rostro sobre la
almohada, un leve temblor recorrió sus miembros, y ya no oí más su voz.
Sin embargo, como había predicho ella, su
hijo —el que había dado a luz al morir, y que no respiró hasta que cesó de
alentar su madre—, su hijo, una niña, vivió. Y creció extrañamente en estatura
y en inteligencia, y era de una semejanza perfecta con la que había
desaparecido, y la amé con un amor más ferviente del que creí me sería posible
sentir por ningún habitante de la Tierra.
Pero, antes de que pasase mucho tiempo,
se ensombreció el cielo de aquel puro afecto, y la tristeza, el horror, la
aflicción, pasaron veloces como nubes. He dicho que la niña creció extrañamente
en estatura y en inteligencia. Extraño, en verdad, fue el rápido crecimiento de
su tamaño corporal; pero terribles, ¡oh, terribles!, fueron los tumultuosos
pensamientos que se amontonaron sobre mí mientras espiaba el desarrollo de su
ser intelectual. ¿Podía ser de otra manera, cuando descubría yo a diario en las
concepciones de la niña las potencias adultas y las facultades de la mujer,
cuando las lecciones de la experiencia se desprendían de los labios de la
infancia y cuando veía a cada hora la sabiduría o las pasiones de la madurez
centellear en sus grandes y pensativos ojos? Como digo, cuando apareció
evidente todo eso ante mis sentidos aterrados, cuando no le fue ya posible a mi
alma ocultárselo más, ni a mis facultades estremecidas rechazar aquella
certeza, ¿cómo puede extrañar que unas sospechas de naturaleza espantosa y
emocionante se deslizaran en mi espíritu, o que mis pensamientos se volvieran,
despavoridos, hacia los cuentos extraños y las impresionantes teorías de la
enterrada Morella?
Arranqué a la curiosidad del mundo un ser
a quien el Destino me mandaba adorar, y en el severo aislamiento de mi hogar,
vigilé con una ansiedad mortal cuanto concernía a la criatura amada.
Y mientras los años transcurrían, y mientras
día tras día contemplaba yo su santo, su apacible, su elocuente rostro,
mientras examinaba sus formas que maduraban, descubría día tras día nuevos
puntos de semejanza en la hija con su madre, la melancólica y la muerta. Y a
cada hora aumentaban aquellas sombras de semejanza, más plenas, más definidas,
más inquietantes y más atrozmente terribles en su aspecto. Pues que su sonrisa
se pareciese a la de su madre podía yo sufrirlo, aunque luego me hiciera
estremecer aquella identidad demasiado perfecta; que sus ojos se pareciesen a
los de Morella podía soportarlo, aunque, además, penetraran harto a menudo en
las profundidades de mi alma con el intenso e impresionante pensamiento de la
propia Morella. Y en el contorno de su alta frente, en los bucles de su sedosa
cabellera, en sus pálidos dedos que se sepultaban dentro de ella, en el triste
tono bajo y musical de su palabra, y por encima de todo (¡oh, por encima de
todo!) en las frases y expresiones de la muerta sobre los labios de la amada,
de la viva, encontraba yo pasto para un horrendo pensamiento devorador, para un
gusano que no quería perecer.
Así pasaron dos lustros de su vida, y hasta ahora mi hija permanecía sin nombre sobre la tierra. Hija mía y amor mío eran las denominaciones dictadas por el afecto paterno, y el severo aislamiento de sus días impedía toda relación. El nombre de Morella había muerto con ella. No hablé nunca de la madre a la hija; érame imposible hacerlo. En realidad, durante el breve período de su existencia, la última no había recibido ninguna impresión del mundo exterior, excepto las que la hubieran proporcionado los estrechos límites de su retiro.
Pero, por último, se ofreció a mi mente
la ceremonia del bautismo en aquel estado de desaliento y de excitación, como
la presente liberación de los terrores de mi destino. Y en la pila bautismal
dudé respecto al nombre. Y se agolparon a mis labios muchos nombres de
sabiduría y belleza, de los tiempos antiguos, y de los modernos, de mi país y
de los países extranjeros, con otros muchos, muchos delicados de nobleza, de
felicidad y de bondad. ¿Qué me impulsó entonces a agitar el recuerdo de la
muerta enterrada? ¿Qué demonio me incitó a suspirar aquel sonido cuyo recuerdo
real hacía refluir mi sangre a torrentes desde las sienes al corazón? ¿Qué
espíritu perverso habló desde las reconditeces de mi alma, cuando, entre
aquellos oscuros corredores, y en el silencio de la noche, musité al oído del
santo hombre las sílabas Morella? ¿Qué ser más demoníaco retorció los rasgos de
mi hija, y los cubrió con los tintes de la muerte cuando estremeciéndose ante
aquel nombre apenas audible, volvió sus límpidos ojos desde el suelo hacia el
cielo, y cayendo prosternada sobre las losas negras de nuestra cripta ancestral,
respondió: ¡Aquí estoy!?
Estas simples y cortas sílabas cayeron
claras, fríamente claras, en mis oídos, y desde allí, como plomo fundido, se
precipitaron silbando en mi cerebro. Años, años enteros pueden pasar; pero el
recuerdo de esa época, ¡jamás! No desconocía yo, por cierto, las flores y la vid;
pero el abeto y el ciprés proyectaron su sombra sobre mí noche y día. Y no
conservé noción alguna de tiempo o de lugar, y se desvanecieron en el cielo las
estrellas de mi destino, y desde entonces se ensombreció la tierra, y sus
figuras pasaron junto a mí como sombras fugaces, y entre ellas sólo vi una:
Morella. Los vientos del firmamento suspiraban un único sonido en mis oídos, y
las olas en el mar murmuraban eternamente: Morella. Pero ella murió, y con mis
propias manos la llevé a la tumba; y reí con una risa larga y amarga al no
encontrar vestigios de la primera Morella en la cripta donde enterré la
segunda.
Elegiste un gran relato de Poe, tan memorable como intrigante.
ResponderEliminarCon algunas similitudes, con Ligeia. El romanticismo, la idealización de la mujer amada, más eruditas que los protagonistas. Aunque Morella parece más cruel que Ligeia, en la forma que se despide de su esposo, lo que le anuncia.
El giro final es enigmático. ¿Realmente revivió la protagonista a costa de la muerte de su hija? ¿Cuanto se puede confiar en la historia contada por el personaje narrador?
Ya publiqué mi relato.
Besos.
Una gran incógnita 👻 muchas gracias amigo por otro genial relato.
EliminarUn beso!!!
madre e hija se hicieron una, no sólo en alma, sino también en cuerpo. extraño.
ResponderEliminarno conocía este relato de poe y me ha gustado mucho.
amiga tiffany, un beso. que tengas un buen fin de semana.
Un gran relato de un genio.
EliminarUn beso amigo!!!
Gracias por la reseña.
ResponderEliminarTe invito a pasar por mi blog. Buen fin de semana!
Jajajaja ¡NO! es una reseña.
EliminarUn relato interesante. Buen finde
ResponderEliminarIgualmente :D
EliminarEl final de esta historia de Poe, el lector no se lo imagiana. He ahí el acierto de Poe, en este relato de MOrella. Un abrazo. Carlos
ResponderEliminarTodos los finales de Poe te deja con ese gustito <3
EliminarUn abrazo!!!
Uy siempre me ha gustado Poe . Es una genial historia. Te mando un beso.
ResponderEliminarY a quién no, amiga? jejeje
EliminarUn beso!!!
De ahi que una eligiese el nombre qie eligió! Mi relato favorito de Poe, me encanta.
ResponderEliminarUn besazo Tiff!
Lo sospeche desde un principio (? jajajaj
EliminarUn besazo, More <3
¡Hola! Ya había leído este relato antes, porque tengo una antología con los relatos más importantes de Poe. No es de mis preferidos, pero me gusta. ¡Un saludo!
ResponderEliminarEsa antología debe estar *-*
EliminarSaludos!!!!
Qué buen final tiene este relato de Poe. Llevo años sin leer nada de este autor y ahora me has dejado con ganas de leer más relatos.
ResponderEliminarBesotes!!
Estas en la época indicada para leerlo *-*
EliminarBesotes!!!