Ahora que el director se había ido, yo no estaba particularmente
alarmado. ¿Qué mejor situación que la de estar encerrado en una habitación
llena de estas estupendas señoras? Si llegaba a hablar con ellas, incluso
podría sugerirles que vinieran a mi colegio para hacer un poco de prevención de
la crueldad con los niños. No nos vendrían nada mal allí. Entraron hablando sin
parar. Empezaron a hacer corrillos y a elegir asientos y se oían muchas frases
del tipo de:
—Ven a sentarte a mi lado, querida Millie.
—¡Oh, hola, Beatriz! ¡No te he visto desde el último congreso! ¡Qué
vestido tan precioso llevas!
Decidí quedarme donde estaba y dejarlas celebrar su congreso, mientras
yo seguía amaestrando a mis ratones, pero las observé un rato más por la
rendija del biombo, esperando a que se aposentasen. ¿Cuántas habría? Calculé
que unas doscientas. Las filas de atrás fueron las primeras en llenarse. Todas
parecían querer sentarse lo más lejos posible de la tarima. En el centro de la
última fila, había una señora con un diminuto sombrero verde, que no dejaba de
rascarse la nuca. No podía parar. Me fascinaba el modo en que sus dedos
rascaban continuamente el pelo de la nuca. Si ella hubiera sabido que alguien
la estaba observando desde atrás, estoy seguro de que se hubiera sentido
azarada. Pensé si tendría caspa. De repente, noté que la señora que estaba a su
lado ¡estaba haciendo lo mismo!
¡Y la siguiente!
¡Y la otra!
Lo hacían todas. ¡Se rascaban como locas el pelo de la nuca!
¿Tendrían pulgas en el pelo?
Era más probable que fueran piojos.
Un chico de mi colegio, que se llama Ashton, había tenido piojos el
trimestre anterior y la directora le obligó a meter toda la cabeza en aguarrás.
Desde luego, eso mató a todos los piojos, pero por poco no mata a Ashton
también. La mitad de la piel se le desprendió del cráneo. Estas rascaderas
compulsivas empezaron a fascinarme. Siempre es divertido pillar a alguien haciendo
algo grosero cuando cree que nadie le ve. Meterse el dedo en la nariz, por
ejemplo, o rascarse el culo. Rascarse la cabeza es casi tan feo como eso,
especialmente si se hace sin parar. Decidí que debían de ser piojos. Entonces
ocurrió lo más asombroso. Vi a una señora metiendo los dedos por debajo de su cabellera,
y el pelo, toda la cabellera, se levantó en una pieza, y la mano se deslizó por
debajo y continuó rascando.
¡Llevaba peluca! ¡También llevaba guantes! Miré rápidamente al resto
de las mujeres, que ya estaban sentadas. ¡Todas y cada una de ellas llevaba
guantes!
La sangre se heló en mis venas. Me puse a temblar de pies a cabeza.
Miré desesperadamente a mi espalda en busca de una puerta trasera por la cual
escapar. No había ninguna. ¿Me convenía dar un salto y echar a correr hacia las
puertas dobles? Las puertas dobles ya estaban cerradas y vi a una mujer de pie
delante de ellas. Estaba inclinada hacia delante, sujetando una especie de
cadena metálica que rodeaba los dos picaportes. No te muevas, me dije. Nadie te
ha visto todavía. No hay ninguna razón para que nadie venga a mirar detrás del
biombo. Pero un solo movimiento en falso, una tos, un estornudo, un soplido, el
más mínimo ruido de cualquier clase y te atrapará no una bruja, ¡sino
doscientas! En ese momento, creo que me desmayé. Todo aquel asunto era
demasiado para un niño. Pero creo que no estuve inconsciente más de unos
segundos, y cuando volví en mí, estaba tumbado en el suelo y, gracias a Dios,
seguía estando detrás del biombo. Había un silencio absoluto a mi alrededor. Temblorosamente,
me puse de rodillas y miré otra vez por la rendija del biombo.
ACHHICHARRADA COMO UN CHICHARRÓN
Ahora todas las mujeres, o mejor dicho, las brujas, estaban inmóviles
en sus sillas, mirando fijamente, como hipnotizadas, a alguien que había
aparecido de pronto en la tarima. Era otra mujer. Lo primero que noté en ella
era su tamaño. Era diminuta, probablemente no mediría más de un metro treinta
centímetros. Parecía bastante joven, supuse que tendría unos veinticinco o
veintiséis años, y era muy guapa. Llevaba un vestido negro muy elegante con
falda larga hasta el suelo y guantes negros que le llegaban hasta los codos. A
diferencia de las otras, no llevaba sombrero. A mí no me parecía que tuviera
aspecto de bruja en absoluto, pero era imposible que no lo fuera, porque, de lo
contrario, ¿qué demonios estaba haciendo subida en la tarima? ¿Y por qué estaban
todas las demás brujas contemplándola con tal mezcla de adoración y temor?
Muy
despacio, la joven de la tarima levantó las manos hacia su cara. Vi que sus
dedos enguantados desenganchaban algo detrás de las orejas y luego... ¡luego se
pellizcó las mejillas y se quitó la cara de golpe! ¡Aquella bonita cara se
quedó entera en sus manos!
¡Era una máscara!
Al quitarse la máscara, se volvió hacia un lado y la colocó cuidadosamente
en una mesita que tenía cerca, y cuando volvió a ponerse de frente a la sala,
me faltó poco para dar un chillido. Su cara era la cosa más horrible y
aterradora que he visto nunca. Sólo mirarla me producía temblores. Estaba tan
arrugada, tan encogida y tan marchita que parecía que la hubieran conservado en
vinagre. Era una visión estremecedora y espeluznante. Había algo pavoroso en aquella
cara, algo putrefacto y repulsivo. Literalmente, parecía que se estaba
pudriendo por los bordes, y en el centro, en las mejillas y alrededor de la
boca, vi la piel ulcerada y corroída, como si se la estuvieran comiendo los
gusanos. Hay veces en las que algo es tan espantoso que te fascina y no puedes
apartar la vista de ello. Eso me pasó a mí en ese momento. Me quedé traspuesto,
alelado. Estaba hipnotizado por el absoluto horror de las facciones de aquella
mujer. Pero no era eso sólo. Había una mirada de serpiente en sus ojos, que
relampagueaban mientras recorrían la sala. En seguida comprendí, naturalmente,
que esta no era otra que La Gran Bruja en persona. También comprendí por qué
llevaba una máscara. Jamás hubiera podido aparecer en público, y mucho menos
Hospedarse en un hotel, con su verdadera cara. Todo el que la hubiese visto,
habría salido corriendo, dando alaridos.
—¡Las puerrtas! —gritó La Gran Bruja, con una voz que llenó la sala y
retumbó en las paredes—.
¿Habéis echado el cerrogo o la cadena?
—Hemos echado el cerrojo y la cadena, Vuestra Grandeza —contestó una
voz en la sala.
Los relucientes ojos de serpiente, hundidos en aquella espantosa cara
corrompida, fulminaban, sin pestañear, a las brujas que estaban sentadas frente
a ella.
—¡Podéis quitarros los guantes! —gritó.
Noté que su voz tenía el mismo tono duro y metálico que la de la bruja
a la que vi debajo del castaño, sólo que era mucho más fuerte y mucho, mucho
más áspera. Raspaba. Chirriaba. Chillaba. Gruñía. Refunfuñaba. Todo el mundo en
la sala empezó a sacarse los guantes. Yo me fijé en las manos de las que estaban
en la última fila. Quería ver cómo eran sus dedos y si mi abuela tenía razón.
¡Ah!...
¡Sí!... ¡Ahora veía varias manos! ¡Veía las garras oscuras curvándose
sobre las yemas de los dedos!
¡Aquellas garras medirían unos cinco centímetros y eran afiladas en la
punta!
—¡Podéis quitarros los sapatos! —ladró La Gran Bruja.
Oí un suspiro de alivio proveniente de todas las brujas de la sala,
cuando se quitaron sus estrechos zapatos de tacón alto, y entonces eché una
ojeada por debajo de las sillas y vi varios pares de pies con medias...
completamente cuadrados y carentes de dedos. Eran repugnantes, como si les
hubieran rebanado los dedos con un cuchillo de cocina.
—¡Podéis quitarros las pelucas! —gruñó La Gran Bruja.
Tenía una forma peculiar de hablar. Era una especie de acento extranjero,
algo áspero y gutural, y al parecer, tenía dificultad para pronunciar algunas
letras. Hacía una cosa rara con la r. La hacía rodar en la boca como si fuera
un pedazo de corteza caliente y luego la escupía.
—¡Guitarros las pelucas parra que les dé el airre a vuestrros
irrritados cuerros cabelludos! —gritó.
Y otro suspiro de alivio surgió de la sala, mientras todas las manos
se levantaban hacia las cabezas para retirar todas las pelucas (con los
sombreros todavía encima). Ante mí había ahora fila tras fila de cráneos
femeninos calvos, un mar de cabezas desnudas, todos enrojecidos e irritados
debido al roce del forro de las pelucas. No puedo explicaros lo horrorosas que
eran y, de algún modo, la visión era aún más grotesca por el hecho de que
debajo de aquellas espantosas cabezas calvas, los cuerpos iban vestidos con
ropa bonita y a la moda. Era monstruoso. Era antinatural. Oh, Dios mío, pensé.
¡Socorro! ¡Oh, Señor, ten compasión de mí! ¡Esas repugnantes mujeres calvas son
asesinas de niños, todas y cada una de ellas, y aquí estoy yo apresado en la
misma habitación y sin poder escapar! En ese momento, me asaltó una nueva idea,
doblemente horrible. Mi abuela había dicho que, con sus agujeros de la nariz
especiales, ellas podían oler a un niño en una noche oscura desde el otro lado
de la calle. Hasta ahora, mi abuela había acertado en todo. Por lo tanto,
parecía seguro que una de las brujas de la última fila iba a empezar a
olfatearme de un momento a otro, y entonces el grito «¡Caca de perro!» se
extendería por toda la sala y yo estaría acorralado como una rata. Me arrodillé
en la alfombra, detrás del biombo, sin atreverme ni a respirar. Luego, de
pronto, recordé otra cosa muy importante que me había dicho mi abuela: «Cuanto más
sucio estés, más difícil es que una bruja te encuentre por el olor.»
¿Cuánto tiempo hacía que no me bañaba?
Hacía siglos. Tenía mi propia habitación en el hotel, y mi abuela
nunca se preocupaba de esas tonterías. Ahora que lo pensaba, creo que no me
había bañado desde que llegamos.
¿Cuándo fue la última vez en que me había lavado la cara y las manos?
Desde luego, esta mañana no. Ni ayer tampoco. Me miré las manos.
Estaban cubiertas de churretes, de barro y Dios sabe de qué otras cosas. Quizá
tenía alguna posibilidad después de todo. Las oleadas fétidas no podrían
atravesar toda esa porquería.
—¡Brugas de Inclaterrra! —gritó La Gran Bruja.
Observé que ella no se había quitado la peluca, ni los guantes, ni los
zapatos.
—¡Brugas de Inclaterrra! —chilló.
El público se removió inquieto y se sentaron más erguidas en sus
sillas.
—¡Miserrrables brugas! —chilló—. ¡Inútiles y vagas brugas! ¡Flogas y
perrresosas brugas! ¡Sois una pandilla de gusanos barraganes que no valen
parrra nada!
Un estremecimiento recorrió al público. Era evidente que La Gran Bruja
estaba de mal humor y ellas lo comprendieron. Yo presentí que iba a ocurrir algo
espantoso.
—Estoy desayunando esta mañana —gritó La Gran Bruja— y estoy mirrrando
por la ventana a la playa, ¿y qué veo? Os prregunto ¿qué veo? ¡Veo una vista
rrrepulsiva! ¡Veo cientos, veo miles de rrrepugnantes niños gugando en la
arrena! ¡Esto me da náuseas, me dega sin comerr! ¿Porr qué no los habéis
eliminado? —aulló—. ¿Porr qué no habéis borrrado a todos estos asquerrrosos y malolientes
niños?
Con cada palabra, le salían disparadas de la boca gotitas de saliva
azul, cual perdigones.
—¡Os estoy prreguntando porrr que! —aulló.
Nadie le contestó.
—¡Los niños huelen! —chilló—. ¡Apestan! ¡No querrremos niños en la
tierrra!
Todas las cabezas calvas asintieron vigorosamente.
—¡Un niño porrr semana no me sirrve! —gritó La Gran Bruja—. ¿Es eso
todo lo que podéis hacerr?
—Haremos más —murmuró el público—. Haremos mucho más.
—¡Más tampoco sirrve! —vociferó La Gran gruja—. ¡Exigo rrresultados
máximos! ¡Porr lo tanto, aquí están mis órrrdenes! ¡Mis órrrdenes son que todos
y cada uno de los niños de este país sean borrra-dos, espachurrados,
estrrugados, y achicharrados antes de que yo vuelva aquí dentrro de un año!
¿Está bien clarrro?
El público lanzó una exclamación contenida. Vi que todas las brujas se
miraban entre sí con expresión preocupada. Y oí que una bruja que estaba
sentada al final de la primera fila decía en alto:
—¡Todos ellos! ¡No podemos barrerlos a todos ellos!
La Gran Bruja se volvió violentamente, como si alguien la hubiera
clavado un pincho en el trasero.
—¿Quién digo eso? —chilló—. ¿Quién se atrreve a discutirr conmigo?
Fuiste tú, ¿no?
Señaló con un dedo enguantado, tan afilado como una aguja, a la bruja
que había hablado.
—¡No quise decir eso, Vuestra Grandeza! —gritó la bruja—. ¡No era mi
intención discutir! ¡Sólo estaba hablando para mí misma!
—¡Te atrreviste a discutirr conmigo! —chilló La Gran Bruja.
—¡Sólo hablaba para mí misma! —gritó la desgraciada bruja—. ¡Lo juro,
Alteza!
Se puso a temblar de miedo.
La Gran Bruja dio un paso adelante y cuando habló de nuevo, lo hizo
con una voz que me heló la sangre.
—Una bruga que así me contesta debe arrderr de los pies a la testa, chilló.
—¡No, no! — suplicó la bruja de la primera fila. La Gran Bruja
continuó:
—Una bruga con tan poco seso debe arrderr hasta el último hueso.
—¡Perdonadme! —gritó la desgraciada bruja de la primera fila. La Gran
Bruja no le hizo el menor caso. Habló de nuevo:
—Una bruga tan boba, tan boba arrderrá como un palo de escoba.
—¡Perdonadme, oh Alteza! —gritó la desdichada culpable—. ¡No quise
hacerlo!
Pero La Gran Bruja continuó su terrible recitación:
—Una bruga que dice que yerrro morrirrá, morrirrá como un perrro.
Un momento después, de los ojos de La Gran Bruja salió disparado un
chorro de chispas, que parecían limaduras de metal candente, y volaron
directamente hacia la bruja que se había atrevido a responder. Yo vi cómo las
chispas la golpeaban y penetraban en su carne y la oí lanzar un horrible
alarido. Una nube de humo la envolvió y un olor a carne quemada llenó la sala. Nadie
se movió. Igual que yo, todas miraban la humareda, y cuando ésta se disipó, la
silla estaba vacía. Vislumbré algo blanquecino, como una nubecilla, elevándose
en el aire y desapareciendo por la ventana.
El público dio un gran suspiro. La Gran Bruja recorrió la sala con una
mirada fulminante.
—Esperrro que nadie más me enfurresca hoy —comentó.
Hubo un silencio mortal.
—Achicharrada como un churrasco. Cocida como una sanahorria —dijo La
Gran Bruja—. Nunca volverrréis a verrla. Ahorra podemos dedicarrnos a los
asuntos imporrtantes.
Recuerdo esta película.
ResponderEliminarInteresante mención.
Besos.
Hola Demiurgo, es una genial película. Me alegra que te haya gustado la entrada.
EliminarUn besote
Wuauu..tremendo texto nos has dejado ..me parece recordar la peli , pero hace mucho que la vi ..Un abrazo guapa .
ResponderEliminarHola linda, no hay nada mejor que una reunión de brujas *-*
EliminarUn besote
Me encantó este libro! La peli la vi hace un montón de tiempo.
ResponderEliminarBesotes!!!
Hola Margari, a mi me encantaron las dos cada una tiene distintas cosas que fue eso lo que más me gusto.
EliminarBesotes
Hola, hace mucho que vi la película pero me han dado ganas de volver a hacerlo con tu entrada por lo que ojalá pueda hacerlo pronto y más en estas fechas jeje.
ResponderEliminarBesos desde Promesas de Amor, nos leemos.
Hola Flor, siiiiiii!!! *-* hazlo es una buena peli para verla en Halloween.
EliminarBesos
Jolíiiiiiiiin!!! que caras más feas he vist, me han dado muchp "yuyo".Besicos
ResponderEliminarHola Charo, jajajaja quien dijo que las brujas son lindas en el interior? :o
EliminarUn besote
a la maldad le repele la bondad y que más bondad que la inocencia de un niño. debe ser por eso que las brujas no pueden soportar la presencia de un niño.
ResponderEliminares un relato espeluznantemente aterrador.
un beso.
Hola Draco, y sobretodo un niño que no se baña hace mucho tiempo las brujas no lo huelen :o por qué sera?
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Holaaa :D nunca he visto esta película y tampoco me he leído el libro , pero el texto me encanto. Mil besos :*
ResponderEliminarHola!!!! te recomiendo ambos *-*
EliminarMil besos
Saluddd:No he visto la película ni he leído el libro, pero como tú lo narraste se me han parado los pelos. Quedé impactado...mis felicitaciones.!! Dos mil besos:*-*
ResponderEliminarHola Migue, jajaja tienes que verla y leer el libro, los dos son muy distintos, así que te recomiendo ambos.
EliminarBesotes
Hola, me gustó mucho esta película, la vi hace mucho tiempo pero la recuerdo con mucho cariño.
ResponderEliminarBesos desde Promesas de Amor, nos leemos.
Hola Isabella, yo también le tengo mucho cariño a la película <3
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