Este año, a diferencia de los anteriores, no pude preparar una gran
iniciativa de Halloween como suelo hacer. Entre los tiempos ajustados, las
prácticas profesionales y el cierre de mi carrera para recibirme de Técnica
Universitaria en Bibliotecología, los días se me fueron más rápido de lo que
imaginaba.
Aun así, no quería dejar pasar una de mis fechas favoritas sin
compartir algo con ustedes. Porque en Plegarias en la Noche, Halloween no se
trata solo de disfraces o calabazas, sino de celebrar lo que más nos une: las
historias que nos erizan la piel y encienden la imaginación.
Así que, aunque este año no haya una gran propuesta, los invito a
acompañarme en una noche especial, donde una buena historia de terror será
suficiente para mantener viva la tradición. Y agradecer a la autora Adriana Cloudy que todos los años nos comparte una historia de su autoría para compartirla con todos ustedes. 
¡Bienvenidos, una vez más, a la oscuridad de Plegarias en la Noche!
Hazlos Reír
Autora: Adriana Cloudy
Cuando
sus compañeros votaron unánimamente por él, le quedó claro que lo odiaban.
Tantos años trabajando en esa empresa y todavía lo trataban como si fuese un
recién llegado.Apenas aparecía por la puerta las sonrisas se esfumaban,
comenzaba el cuchicheo y las miradas volvían a fijarse en los monitores.
Algo de su persona los exasperaba. No entendía el motivo de aquella antipatía
generalizada, pero el desprecio por su presencia había alcanzado un nivel que
se sintieron obligados a buscar un modo de humillarlo. Lo detestaban como se
detesta un chicle pegado en el zapato. Cada uno de ellos querían su renuncia o
al menos, que solicitara una larga ausencia por enfermedad. 
Fingía
no hacer caso de ese malestar colectivo, aceptando todos los chistes de mal
gusto al que lo sometían cada semana. Siempre justificándolo como una broma
para distender el ambiente laboral. La hoguera eran los grupos de Internet. Se la pasaban compartiendo una variedad de fotos, donde el infeliz, aparecía
vestido a su manera y cada uno de ellos lo consideraba como el ejemplo de la moda del
ridículo.En otras aparecía comiendo un sándwich que titulaban como mezcla
repulsiva. Incluso hicieron un debate sobre su peculiar modo de comer y les respondió: 
—Entiendo
que ver sumergirse a un sándwich de miga en una taza de café con leche caliente
puede alterarte un poco si no es tu costumbre, pero les sorprendería el extraño
sabor resultante. No voy a privarme de ese placer en mi desayuno. 
Aquel martes tuvieron la oportunidad perfecta para volver a mofarse de su compañero. Ignacio
Ismael García es administrativo en una empresa dedicada a la producción de
papel sanitario.No van a encontrar los rollos en los supermercados. La marca
decidió ofrecer un producto especial para un mercado limitado pero con recursos. Se
trata de una línea desarrollada para los grandes hoteles o restaurantes donde acude
gente adinerada. Engalana a sus baños con diseños exclusivos, portando la más
suave calidad de un papel higiénico, digno del trasero de un ángel.Las ventas
se realizan en las mejores ciudades del mundo y cada temporada se presenta un
modelo con un color y estampado nuevo.
Cuando
llega Diciembre muchas empresas preparan una celebración de fin de año. Una
fiesta íntima solo para sus empleados. Los diferentes niveles del equipo laboral se reúne para festejar el cierre de un año más de actividades. A la abundante cena se le
suma algún espectáculo. Sobre el escenario suelen participar los trabajadores
de las oficinas con actuaciones que pretenden entretener al sector laboral de la   fábrica.Desde los inexpertos cantantes hasta improvisaciones de humor, ofrecen una especie de homenaje por sus tareas 
en la planta de producción. Para ese año se había contratado un salón de
mayor tamaño, porque unas doscientas personas estarían presentes viendo como
el empleado que supervisa el horario de entrada se despachaba con una serie de
chistes o la voz de tenor de uno de los contadores se esfuerza interpretando un
canción en italiano. 
Pero
ese año iba a ser diferente. 
Todas
las manos de los que estaban en la oficina se elevaron cuando Fabián Gutierrez
apareció al mediodía diciendo que hacía falta elegir alguien para un standup.
Le tocaba coordinar el evento de la fiesta y pensó en postular al tipo que se
la pasaba en el rincón cerca de la ventana.
Enseguida
sometieron la moción al voto y el pobre Ignacio quedó más blanco que el papel
higiénico diseñado para una Navidad invernal. Tuvo intenciones de negarse,
hasta que su mirada se cruzó con la sonrisa de Daisy Moreno que mantenía la
mano levantada; ya no pudo articular una defensa. Movió la cabeza
afirmativamente y siguió con su trabajo. A la salida interceptó a Fabián para
advertirle que nadie se iba a reír si lo subían al escenario a lo cual su
compañero, respondió:
—Amigo,
mírate en el espejo te falta apenas unos arreglos pero tienes la pinta del comediante
perfecto.
—¿Qué
tengo de gracioso?
—Hay
varios atributos que te favorecen. Podrías usar tu propio cuerpo para hacernos reír...se nota que la naturaleza no
entiende de proporciones. Fíjate en tu nariz, el pelo, las orejas, y esos brazos tuyos...son tan largos.
—¿Me
estás tratando de feo o de anormal?
—Los
buenos comediantes se ríen de sí mismos, no se ofenden para nada. Y hacen de
sus defectos el centro de su arte.
Uno
de los que entregan reportes se bajó de la motocicleta y le preguntó a Fabián
quién ocupaba el rol de humorista en la fiesta:
—Este
año será...Ignacio Ismael García.
Ignacio
se encogió de hombros y apuró a alcanzar el colectivo. En casa le contó a su
madre sobre la ocurrencia de sus compañeros.
—No
se van a reír planean humillarme a sus anchas. No soy tan boludo como ellos
creen.
—Hijo,
en ocho años ninguno intentó ser tu amigo...me acuerdo de la vez que te fuiste
con ellos a un bar y no te hablaron. 
—Me
quedé con la cerveza en la mano, viendo como hablaban de sus fiestas...a las
que nunca fui.
—¡Pero
esta una buena oportunidad para vos!—exclamó la octogenaria.
—¿Buena...?
—Podes
demostrarles que no sos un bicho raro...que te divertís y que el escenario no
te da miedo.
—No
soy un comediante...papá tenía mejor madera para eso.
—Tu
padre podía sobrevivir a cualquier situación. Pero nunca lo hizo solo...me
tenía a mí.
—Gracias,
mamá. Le agregaste, el obvio fracaso que tengo con las mujeres a este día
funesto.
—Vos
sos un tipo exigente. Si no te la dieras de importante hace rato que estarías
de novio con la Andrea.
—No
me gusta Andrea—le dijo secamente. 
Pero
al decirlo se dio cuenta de que hacía con ella, lo mismo que hacían sus compañeros
de trabajo con su persona. Se fijaba en unos defectos ridículos en lugar de
buscar algo bonito en ella. Le parecía tonto su peinado, o su manera de
caminar. Le causaba risa ver como arrastraba bolsas y mochilas cada vez que
salía de su casa. En cambio, admiraba a Daisy Moreno porque venía al trabajo
como una modelo, con ropa cara y tacos altos. Se mordió la lengua. Su madre no
iba aceptar que tratara de compararlas, en especial, porque Andrea estaba
dispuesta a mantener una conversación de más de cinco minutos con él y la
bonita Daisy, no.
—Está
bien—contestó—.Voy a preparar algo para esa fiesta. Y será inolvidable.
Tenía
dos meses para ensayar. Miró muchos vídeos de comediantes profesionales. Hay
una gracia natural en el humorista, a Ismael no le faltaba (en eso Gutierrez
tenía razón) pero en el fondo se sentía un idiota.
Una
semana antes de la fecha señalada ya estaba lista la rutina y la actuó para su
madre y para Andrea.
—Es
muy divertido—dijo Andrea con los ojos brillantes.
—¡Se
van a reír mucho!—aseguró la madre con las mejillas enrojecidas.
—No
estoy tan seguro—confesó apesadumbrado—. No creo que estén dispuestos a
escuchar mis chistes.
—¿Y
eso,por qué?—preguntó Andrea, con la que estaba iniciando apenas una amistad y
se había cuidado de contarle los suplicios del trabajo.
—No les
caigo bien. Me ofrecieron esta tarea porque saben que me da vergüenza
socializar y estoy muy lejos de abandonar mi timidez.
—Bueno,
es verdad...sos bastante tímido. Pero conmigo ya lo superaste.
Ignacio
se sentó en medio de las dos mujeres y cuando suspiró, sintió un pellizco en el
brazo que le dio Andrea diciendo:
—¡Tenes
que convocar a un duende! Mejor dicho, hay que conjurar un duende para que te
ayude.
La
miró fijo pensando que, después de todo, Andrea era demasiado rara o estaba
medio loca. 
—En
Irlanda creen en duendes—agregó la madre—,hasta ponen carteles para advertir
cuando hay una aldea cerca.
—Los
duendes existen—dijo Andrea—, nos rodean todo el tiempo. Son rebeldes, y
juguetones.Y consiguen cosas de las fuerzas ocultas.Si tenes respeto por ellos,
te comparten su suerte y te ayudan pero si no respetas su presencia, te hacen
la vida imposible.
El
sábado llovía.Quizás irían menos invitados y esta idea alivió bastante sus
nervios.  
Antes
de salir su mamá le acomodó el moño del esmoquin. Había sugerido que usara el
esmoquin azul del finado padre, y se compre un moño rojo para darle un toque
alegre.
Andrea
extendió la mano con un pañuelo blanco que tenía un pequeño bulto envuelto. Era
un terrón de azúcar.
—Yo
te daré algunas monedas para que lo conserves en el bolsillo—prosiguió Andrea
abriendo el monedero—. En la fiesta el duende se encargará de que se rían...si
ellos no se ríen los va a castigar.
—¿A
dónde está?—preguntó Ignacio, guardando el pañuelo en el bolsillo solo por
amabilidad. 
—Dónde
va a estar...en el terrón de azúcar. Pide siempre que te ayude sin olvidar
decir, por favor.
Ignacio
se quedó callado. Un cuadradito de azúcar, eso era todo. Se miró al espejo. El
cabello rubio le quedaba demasiado brillante a causa del gel, parecía
plastificado. Estaba tan parecido a su viejo. Su papá también tenía los ojos
azules y saltones y una sonrisa amplia con dientes desparejos. Las
observaciones que hizo Gutierrez sobre lo grotesco en su cuerpo, las habría
hecho también sobre su padre. Al darse cuenta de eso sintió un dolor en el
pecho, que más que dolor fue una punzada de bronca.  
—Hazlos
reír—exclamó la mamá antes de que se fuera.
La
lluvia caía sin piedad sobre el asfalto. El taxista maldecía entre dientes
cuando se metía por alguna calle con los desagües tapados. Era un temporal. Sin
embargo, la fiesta no se suspendió. Pagó al taxista y fue por lo que sería una  gran
noche de eso estaba seguro. Tuvo que dar varios saltos con el paraguas en mano hasta alcanzar la
puerta del salón. En el bolsillo derecho guardaba las siete monedas pequeñas y en
el izquierdo el pañuelo con el cuadradito de azúcar.
Fabián
Gutierrez era el presentador.La gente de la empresa había llenado el salón. La
parte ejecutiva sentada al frente. Todos se veían muy animados. Hubo un mago,
que en realidad se mostró más como un malabarista, un trío de compañeras
bailando como odaliscas  y dos de
recursos humanos bailaron malambo. Cuando llegó su turno Gutierrez lo anunció
de la siguiente manera:
—Es
el hombre de la doble I , todo Inoportuno y un Insoportable. Lo digo con todo
cariño, amigos. Vamos a darle un aplauso a Ignacio Ismael García.
Hubo
una escueta cantidad de aplausos.
Sentía
que estaba a punto de darle un ataque de pánico hasta que se fijó en la
decoración del salón de fiestas. La ambientación había estado a cargo de Daisy
Moreno y el resultado parecía la anticipación de una broma: Ramilletes de papel
higienico se asomaban por todos lados. El papel sanitario era el centro de la
noche. Este encuentro literalmente era para limpiarse el culo. Y entonces, con
esa idea en la cabeza, se desató la verborragia de Ignacio Ismael García .
Dejando de lado la rutina planeada se despachó con muchos chistes sobre los
pormenores del uso de papel en el baño. Dio definidos detalles del modo de
usarlo según fuera el usuario. Explicó que los niños, mujeres, ancianos, y
hasta los solteros o casados tenían una forma distinta de limpiarse el trasero.
En el fondo del salón los obreros de la planta se desarmaban de risa. Las carcajadas
llegaban triunfales a las orejas de García. No obstante, cerca del escenario,
sus compañeros de oficina lo miraban sin inmutarse. Permanecían quietos en sus
asientos con la cara seria. Ignacio tensó las mandíbulas, y cambió el tono de
voz:
—Soy
el idiota de la oficina. Me consideran una piedra en el zapato. Cuando llego se
apartan. Cuando me voy no me saludan. Cuchichean frente a mí y no disimulan ni
un poquito que buscan siempre algo para criticarme. 
Se
acercó más al micrófono con la boca casi seca, continuó:
— Es
mi último chiste.Quiero que se rían—dijo con suavidad. 
Era
evidente que nadie había escuchado lo que dijo. Un silencio se extendió por el
salón, y una enorme luz blanca lo destacó en centro del escenario. 
—¡Estoy
harto, no tengo idea de porqué me detestan tanto! ¡Quiero que se rían! ¡Quiero
que se rían!—gritó como un enajenado—¡Quiero que se rían! ¡Quiero que se rían!
Entonces,
Igancio se calmó y sonriendo agregó:
—Por
favor, tienen que reírse ¿ No sé que les hice para que me desprecien?Les
molesta todo de mí. Yo entiendo, a veces pasa, hay gente que no te quiere y no
pueden explicarte porque no les caes bien y para peor, estar en el trabajo, a
veces, es una cagada. 
Esperó
la carcajada o un chiflido o un tomatazo, pero en cambio,se oyó un quejido.
Daisy Moreno se dobló en su asiento y enseguida se escuchó un pedorreo
horrendo, seguido de otro y otro. Era tan ruidoso lo que ocurría en la mesa de
sus compañeros de oficina que los jefes atinaron a levantarse con intenciones
de irse, pero retrocedieron al ver como se estaba poniendo el piso. En el piso
desde las sillas una especie de chorrillo iba cubriendo las baldosas. En el
fondo los trabajadores de la fábrica continuaban riendo. Pero en la mesas
cercanas al escenario seguían retorciéndose. No podían evitarlo, era el castigo
por no reírse.
—¿Qué
sería de nuestra empresa si alguien no sufriera de una cagadera de vez en
cuando?
Dijo
Ignacio y se tocó el bolsillo donde guardaba el pañuelo que ya no estaba. Se
había caído adelante de sus pies o quizás lo había sacado sin darse cuenta,
pero el terrón de azúcar había desaparecido.Se estiró y quitó un rollo de papel
higiénico que formaba parte de lo que simulaba un racimo de uvas y  lo lanzó desde el escenario. 
—El
de mejor calidad es para ustedes—les dijo apuntado hacia ellos y arrojando el
rollo.
Después se despidió del público y al cruzarse con Fabián que abrazaba su estómago entre quejidos y sonidos involuntarios de su trasero, lo palmeó en el hombro y lo saludó diciendo:
—Estuvo genial, ¿no te parece? Gracias, amigo.





 
he entrado muy tarde para leerte, faltan 18 minutos para las dos de la madrugada. prometo venir hoy, mucho más tarde.
ResponderEliminaramiga tiffany, un beso. que tengas una feliz noche de halloween.
Es una fecha que siempre es significativa en tu blog.
ResponderEliminarDisfruté del relato y te deseo que tengas un día fabuloso.
Besitos desde España
Volveré luego para leer la historia entera. Feliz Halloween y que el cierre de la carrera para recibirte de Técnica Universitaria en Bibliotecología sea genial.
ResponderEliminarEstoy bastante segura de que las imágenes están generadas por IA, así que como decidí hace un tiempo, dejo un comentario por defecto.
ResponderEliminarIgualmente, te deseo un muy feliz Halloween, Tiffany 🖤🧡
Un besazo