Páginas

viernes, 19 de octubre de 2018

Un Grave Malentendido


Soy un perro. Creo que cuando antes lo sepáis mejor. Si me reservara el dato para más tarde, enseguida empezaríais a preguntaros qué clase de persona va por ahí a cuatro patas, olfateando traseros y ensuciando las farolas en la vía pública. Seguro que no le veríais la gracia y acabaríais por no querer saber nada más de mí. Lo cierto que tenemos procederes distintos me refiero a mis amigos y yo; no en todo, desde luego, pero sí lo suficiente para que resulte perceptible. Por ejemplo, a que nosotros los perros nos gusta dar un buen paseo como el que más, y perdemos el seso por las perritas y el salmón ahumado, la lectura no nos va. Nos cuesta trabajo pasar las páginas. Bien es cierto que, por otra pata, una hocicada de aire pestilente recién salido del vertedero con todo su aroma puede resultar tan evocadora para nosotros como un soneto. Los malos olores contienen más poesía de lo que imagináis, y un buen charco vale más que mil palabras. Pero aparte de eso, nosotros tenemos la capacidad de ver cosas. El otro día, sin ir más lejos, mientras yo y mi Persona dábamos un paseo por ese lugar tan verde y tranquilo donde hay árboles de mármol y farolas de piedra sin luz y la gente entierra sus huesos pero no se molesta luego en escarbar la tierra para sacarlos, vi un fantasma. Me detuve, lo miré desafiante, gruñí, ericé el pelo y …


—¿Qué demonios te pasa? — preguntó mi Persona


—¡Qué bonito perro! — exclamó la joven fantasma, sabiendo que yo sabía quién era ella y que ambos sabíamos que mi Persona no lo sabía.
Estábamos ante el espectro sin vida y sin propósitos de una joven cuyos huesos yacía no muy lejos de donde nos hallábamos. En su interior no palpitaba corazón alguno; por sus venas sólo corría el viento y olía a popurrí de gusanos y pino.


— Gracias— dijo mi Persona, sonriendo alelado—. Sí, es un hermoso animal. Y, además, de pura raza.

Para llegar al corazón de mi Persona no hay como adularme a mí.

—¿Muerde? — preguntó ella, observándome con todo el vacuo esmero de la nada esforzándose por ser algo.

—¡ES UN FANTASMA! ¡ESTÁ MUERTA!

—¡Deja de ladrar! — exclamó mi Persona. No se asuste. No haría daño a una mosca. ¿Viene usted mucho por aquí?

— Todos los días — susurró el fantasma, mirando con el rabillo del ojo sus huesos. Se acercó un poco más a mi Persona. Se levantó brisa y la olí a través del espectro; era un olor como a flores heladas—. Parece muy fiero — dijo mirándome—. ¿Seguro que no muerde?

—¡VÁMONOS! ¡VÁMONOS DE AQUÍ!

—¡Deja de ladrar de una vez! — me ordenó mi persona, y miró embelesado al fantasma. ¡Si hubiera olido el polvo en su calavera y oído el silencio en su pecho! Pero no había nada que hacer. Él no veía que una angelical sonrisa. Sólo era un ser humano y, como tal, confiaba ciegamente en los ojos dijeran…

— Los perros siempre deberían pasear atados por los cementerios — advirtió la joven-. Hay un letrero en la puerta.

Ella sabía que yo sabía dónde estaba enterrada y que un servidor había escarbado en su tumba y desenterrado sus huesos.
Mi Persona, obediente, me ató la correa, y el fantasma me miró como diciendo: “¡Ahora nunca podrás demostrarle que estoy muerta!”

—¡ESTÁ FRÍA! ¡VACÍA POR DENTRO! ¡ES LA MUERTE EN PERSONA!

—¡Deja de ladrar! — me gritó él y, tirando de mí, continuó camino ya medio enamorado de aquel fantasma incapaz de amar.

Pasamos muy cerca de sus huesos. Los olí, y oí el seco crujir de los diminutos seres que los roían. Tiré, forcejeé e intenté arrastrarlo con todas mis fuerzas para desenterrar el secreto del fantasma…

—¡Parece una fiera! — exclamó el espectro—. Los ojos le dan vueltas y tiene la mandíbula desencajada. ¿Seguro que no tiene fiebre? ¿No cree que debería llevarlo al veterinario?

— Sólo quiere corretear por ahí suelto — respondió mi Persona-. ¿Vive usted por aquí?

—¡SÍ! ¡SÍ! ¡AHÍ MISMO! ¡A METROS Y MEDIO DEL SUELO!

—¡Deja de ladrar! — exclamó mi Persona—. ¡Vas a despertar a los muertos!

El fantasma se sobresaltó. Luego se echó a reír, como el viento entre las hojas que se pudren.

— Tengo una habitación por aquí cerca — murmuró el fantasma—. Es pequeña, pero es para mí sola. Muy práctica, ¿sabe?

—¿Una habitación para usted sola? — repitió mi Persona con el corazón palpitando de angustia-. ¡Qué vida tan solitaria la suya!

— Sí — respondió ella—. A veces lo es, aunque oigo a la gente caminar y hablar arriba, por encima de mi cabeza.

— Pues permíteme que la acompañe — se ofreció mi Persona.

— Los perros están prohibidos — aclaró el fantasma—. Me echarían de mi casa, ¿sabe?

— Entonces acompáñeme usted a mí — sugirió mi Persona, y la joven fantasma alzó sus falsas cejas con falsa sorpresa—. “Acompáñeme, señorita” — rompió a cantar él muy sonriente—. “Acompáñeme y hable conmigo”.

— Por qué no — dijo ella con una sonrisa.

—¡PORQUE ESTÁ MUERTA Y REQUETEMUERTA!

—¡Para de ladrar! — exclamó él y prosiguió con la canción—. “Le abriré las puertas del cielo y las de mi corazón…”

—¿Las puertas del cielo? — suspiró la joven fantasma—. ¿De verdad?

—¡Y las de mi corazón! ¿Quiere cenar conmigo?

—¿Me está invitando a su casa?

—¡LOS FANTASMAS ESTAN PROHIBIDOS! ¡ME ECHARÁN!

—¡Deja de ladrar! Sí…, si le apetece.

— Pues claro… Me encantaría.

—¡NO LO HAGAS!¡VAS A METER A LA MUERTE EN CASA!

—¿A qué viene tanto ladrar? Vamos… Por aquí…

¡Qué desgracia! Todo estaba totalmente perdido. Ya sólo había una cosa que un perro pudiera hacer. Y ella sabía perfectamente qué era, por supuesto. Lo veía en mis ojos. Se situó al otro lado de mi Persona y procuró en todo momento que él estuviera entre nosotros dos. Tendría que esperar el momento oportuno…

—¿Le gusta la comida italiana? — pregunto él.

— Los espaguetis no — susurró ella—. Me recuerdan a los gusanos.
Entonces fue cuando escapé. Di un tirón con todas mis fuerzas y le arranqué la correa de las manos.

¡Qué grito soltó el pobre! La joven fantasma me miró con odio y retrocedió. Clavé los ojos en ella un instante y me sostuvo la mirada.

—¡Los perros deben pasear con correa! — susurró la joven fantasma viendo que me abalanzaba sobre ella—. Hay un letrero en… en… en…

Fue como arrojarse sobre una pluma y telas de araña. Cuando me volví, el fantasma se había desvanecido como un soplo de aire. Observé la hierba temblorosa y comprendí que había regresado a su esqueleto.


—¡ESTABA MUERTA! ¡MUERTA! ¡TE LO DIJE!

Mi Persona no respondió. Estaba temblando. Por primera vez, no daba crédito a sus ojos.

—¿Qué ha sucedido? ¿Dónde… dónde está? ¿Dónde se ha metido?

Le indiqué el camino. Con la correa a rastras, me dirigí al lugar donde yacían sus huesos, a metro y medio del suelo, y comencé a escarbar.


—¡No! ¡No! — exclamó él—. ¡Déjala descansar en paz en su tumba!

Agradecido, interrumpí la excavación. La tierra estaba dura y compacta bajo la hierba, y el trabajo podía ser arduo. Me volví hacia mi Persona. Desplomado en un banco, se sujetaba la cabeza entre las manos. Intenté consolarle lamiéndole la oreja.
Una mujer de elegantes andares pasó junto a nosotros. La joven, vestida de un blanco impoluto, tenía la piel suave y radiante, y olía a café y a gatos.

—¡Oh, qué perro tan bonito! — dijo deteniéndose a contemplarme.

Mi Persona alzó la vista. Abrió los ojos desmesuradamente y los dientes comenzaron a castañearle. El pobre era incapaz de articular palabra.

—¡ADELANTE, HOMBRE! ¡VENGA! ¡QUE ES DE PURA RAZA!

—¡Chsss! — me ordenó la mujer con amable sonrisa—. ¡Vas a despertar a los muertos!

—¿Es de carne y hueso o es un fantasma? — susurró mi Persona, los ojos como platos. ¡Demuéstramelo, por favor, demuéstramelo! ¡Prueba a saltar a través de ella como hiciste antes! ¡Salta! ¡Salta!

—¡PERO SI ES LA VERDAD! ¡ESTÁ VIVA!

—¡Deja de ladrar y salta de una vez!

De modo que salté. La señora lanzó un grito, aunque no de miedo, sino de rabia. La tierra del cementerio de la iglesia había enfangado mis patas y, momentos más tarde, también la falda de ella.

—¡Está usted loco…, loco de atar! — le gritó a mi abochornada Persona-. ¡Le ha dicho al perro que saltara! ¡Ha sido usted quien se lo ha ordenado! ¡Usted no está en sus cabales para tener un perro!

— Yo… yo… — farfulló mi Persona mientras ella se alejaba hecha una furia, jurando denunciarlo a las autoridades eclesiásticas y la Sociedad Protectora de Animales y Plantas.

—¡TE DIJE QUE ESTABA VIVA! ¡TE LO DIJE!

—¡Deja de ladrar! — imploró mi Persona—. ¡Por lo que más quieras!

Autor: Leon Garfield


14 comentarios:

  1. Que leal e inteligente ese perro, que salvó a su Persona. Incluso logró tranquilizarlo. Aunque le haya costado el ensuciar a una mujer.
    Tal vez deban buscar otro lugar para caminar.
    Que bien contado.

    Besos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hermoso el perrito <3 jajaja lastima por la mujer, pero bueno tampoco para tanto, ya que estaban paseando en un cementerio e.é

      Un beso

      Eliminar
  2. Wuau , un relato de terror pero a la vez me ha conmovido ,pues no creo que vayas mal encaminada , los perros y otras animales como los gatos tienen ese sentido de ver aquello que el humano no percibe ,,me gusto mucho tu relato a parte que da un poco de yuyo pero de eso se trata de meternos el miedo en las venas .
    Un abrazo guapa ..

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola preciosa, mucha razón tienes <3 me alegra que te gustara :D

      Un besote

      Eliminar
  3. Un relato que me ha dado bstante "yuyo" por eso nunca voy a los cementerios.Besicos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Aww mi Charo igual se que te gusto *_* yo igual tampoco soy de ir a los cementerios por más que sea bastante "oscurita" jajaja

      Un besote

      Eliminar
  4. Cuánto deberíamos atender y apreciar las sensibilidades especiales que tienen algunos animales. ¿Crees que también la tienen algunas personas?
    Saludos!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Cleveland, muy cierto lo que dices, solo los animales tienen sensibilidad y las personas se quedan muy atrás de eso.

      Saludos

      Eliminar
  5. ¡Hola!
    ¡Buah! Esta historia es más escalofriante que la anterior pero la verdad es que me ha encantado verla desde el punto de mi vista del perro, los animales tienen un sexto sentido para estas cosas y a mí a veces me da miedo todo lo que ellos pueden llegar a sentir.
    Un beso ^^

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Marta, si los animales sienten cosas que los humanos no, más en el plano paranormal :3 aunque con tantas películas de posesiones la verdad que ya ando dudando si algunos humanos ven fantasmas :o

      Un besote

      Eliminar
    2. Aiis, yo también lo creo, pero prefiero no pensarlo porque me da miedo xD

      Eliminar
    3. Jajaja >_< te prometo que el cuento del próximo viernes no es tan de terror :3 ( o dependiendo de la perspectiva que lo leamos e.é )

      Un beso

      Eliminar
  6. Tiffany vengo de parte de Demiurgo que me recomendó tu sitio. Yo tengo uno similar, recién estrenado. Me gustó el relato y voy a seguir espiando tu blog.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola :D y bienvenido a Plegarias en la Noche. Me alegra mucho que te haya gustado mi blog. Ya enseguida paso por el tuyo a darte la bienvenida a este mundo de blogger ;)

      Un beso

      Eliminar